Hoy todo hijo de vecino apoya "la agenda de la libertad". Por supuesto, ayer eran sólo George W. Bush, Tony Blair y un grupo de neoconservadores con inusuales poderes hipnóticos los que se atrevían a desafiar la opinión aceptada del excepcionalismo árabe (la noción de que los árabes, a diferencia de las poblaciones del Este de Asia, los latinoamericanos, los europeos o los africanos, eran alérgicos a la democracia). En la práctica, la izquierda pasó buena parte de los años de Bush poniendo a caldo la agenda de la libertad o bien por ser una quimera o bien por tratarse de otro ejemplo sórdido más del imperialismo estadounidense.
Ahora parece que todo el mundo, incluso la izquierda, está a favor de forma entusiasta de la democracia árabe. Perfecto. Los compañeros de viaje son bienvenidos. Pero estar a favor de la libertad simplemente no basta. Con Egipto patas arriba y en mitad de una peligrosa transición, nos hacen falta principios en política exterior que garanticen la democracia a largo plazo.
No hay necesidad de reinventar la rueda. Hemos pasado por algo parecido antes. Tras la Segunda Guerra Mundial, Europa occidental era nuevamente libre pero inestable, en ruinas... y en juego. La democracia que favorecimos para el continente se enfrentaba a amenazas internas y externas de los totalitarios comunistas. Estados Unidos adoptó la Doctrina Truman que declaraba la intención de América de defender a estos países nuevamente libres.
Esto no sólo se traducía en proteger a los aliados de la periferia, como Grecia o Turquía, de la insurgencia y de las presiones externas, sino en apoyar a los elementos democráticos presentes en el seno de Europa Occidental frente a los partidos comunistas nacionales, poderosos y resueltos.
Poderosos eran. Los comunistas no eran sólo los más organizados y disciplinados. En Francia llegaron a ser el partido de posguerra más grande; en Italia, el segundo. Bajo la Doctrina Truman, los presidentes estadounidenses se valieron de cada instrumento disponible, incluyendo el apoyo masivo –abierto y encubierto, económico y diplomático– a los partidos democráticos para alejar del poder a los comunistas.
A medida que los Estados del Oriente Próximo árabe se van deshaciendo de décadas de dictadura, su futuro democrático se enfrenta a una importante amenaza procedente del nuevo totalitarismo: el islamismo. Como en los tiempos soviéticos, la amenaza es tan interna como externa. Irán, una mini-versión de la antigua Unión Soviética, tiene sus propios aliados y satélites –Siria, el Líbano y Gaza– y su propia Internacional Comunista, con agentes que operan por toda la región para ampliar la influencia islamista y socavar la posición de los Estados seculares pro-occidentales. Ese es precisamente el motivo de que, en este momento revolucionario, Irán ande presumiendo de que una oleada islamista barre el mundo árabe.
Necesitamos una política exterior que no sólo apoye la libertad en abstracto sino que se guíe a través de principios prácticos fundamentales para alcanzarla: una Doctrina de la Libertad compuesta de los siguientes elementos:
- Estados Unidos apoya la democracia en Oriente Medio. Utilizará su influencia para ayudar a los demócratas en cualquier lado a competir con cada gobierno dictatorial.
- Democracia es más que celebrar elecciones justas. Exige libertad de prensa, Estado de Derecho, libertad de asamblea, la creación de partidos políticos independientes y la transferencia pacífica del poder. Por tanto, la transición a la democracia y los comicios tienen que ganar tiempo para que estas instituciones, sobre todo los partidos políticos, se asienten.
- El único interés estadounidense en el gobierno autónomo de estas democracias reside en ayudar a que se protejan de los totalitarios, extranjeros o nacionales. El reciente golpe de Hezbolá en el Líbano y la dictadura de Hamás en Gaza ponen de manifiesto dramáticamente la forma en la que los elementos anti-democráticos que se alzan con el poder democráticamente pueden destruir la misma democracia que les dio el poder.
- Por tanto, igual que durante la Guerra Fría Estados Unidos ayudó a alejar del poder a las formaciones comunistas europeas (para verlas ir desapareciendo paulatinamente), debería ser política estadounidense oponerse a la inclusión de las formaciones totalitarias –la Hermandad Musulmana o, a los mismos efectos, los comunistas– en cualquier administración, ya sea provisional o electa, de los Estados árabes recién liberados.
Puede que no tengamos el poder para evitar esto. Que así sea. La Hermandad puede ser hoy tan relativamente fuerte en Egipto, por ejemplo, como para que sea inevitable que ocupe un espacio en la mesa de negociación. Pero bajo ninguna circunstancia un portavoz presidencial debe decir, como hizo Robert Gibbs, que el nuevo orden "ha de incluir toda una serie de importantes actores no seculares". ¿Por qué legitimar gratuitamente a los islamistas? En lugar de eso, los americanos deberían estar apoyando con urgencia a los partidos democráticos seculares de Egipto y de todas partes con formación, recursos y diplomacia.
Somos, a regañadientes otra vez, parte de la larga lucha de la que hablaba Kennedy, esta vez contra el islamismo –sobre todo Irán, sus satélites y sus aliados potenciales, sunitas y chiítas–. Debemos ser prístinos al hablar de nuestro resultado deseado –democracias reales gobernadas por demócratas comprometidos– y desarrollar políticas destinadas a ver hacerse realidad esto.
Una Doctrina de la Libertad es una agenda de la libertad gobernada por principios rectores. Truman lo hizo. Nosotros también podemos.