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Pablo Planas

Todo listo para el enjuague final

González ha resurgido de esas cloacas como un modelo ético mientras que uno de los ministros del Interior más escrupulosos con la legalidad es tratado como un cenizo al que no conviene la desaparición de ETA

El proceso ha comenzado y es irreversible. De poco importa el rechazo unánime de las víctimas del terrorismo, expresado por decenas de miles de personas en las calles de Madrid el pasado sábado. Según el Gobierno, Batasuna ha respondido satisfactoriamente a la demanda de una desconexión de su red principal, más aparente que real. Así, ni los socialistas ocultan su satisfacción por los movimientos de fondo que creen detectar en la camarilla política de ETA ni éstos disimulan que su rechazo a la 'violencia' es más teórico que real, un sí pero, que por mor del artificial clima político les permite pasearse por las terminales mediáticas del Gobierno con tesis que equiparan a los terroristas con los servidores del Estado de Derecho, si es que queda alguien en España que se dedique a ese menester.

Para los 'analistas' proetarras, el momento se caracteriza por la propensión del Estado a facilitar el encaje del brazo político del terror. En el frente de los partidos, a la prudencia del PP suman las glosas socialistas, que alcanzan en el caso de Eguiguren cotas delirantes. Es el caso de la grosera distinción que el dirigente socialista practica entre el terrorismo islámico y el vasco, al que distingue con el calificativo de "VIP" en una entrevista concedida a El Correo. "El lunes fue el primer día de la paz en Euskadi" es el titular de esa extensa conversación, una auténtica bofetada a las víctimas, a los miles de vascos condenados al exilio, la extorsión o la muerte y también una muestra de por donde van los tiros, con perdón.

Tampoco el apartado judicial arroja buenas noticias para quienes aspiran a una paz sin adjetivos y a una libertad plena. Más allá de que la instrucción del chivatazo parezca encaminada a diluir las responsabilidades reales de semejante escarnio, casualmente el Supremo decide suspender la condena a Otegui por enaltecimiento del terrorismo 24 horas después del esperpento batasuno. La resolución se aferra a lo que podría considerarse de manera muy puntillosa un exceso de la juez Murillo (realmente leve tratándose de Arnaldo Otegui) para responder a aquella pregunta del encausado cuando fue detenido. "¿Pero esto, ya lo sabe Conde-Pumpido?", les espetó el preboste batasuno a los policías. Sino el fiscal, alguien parece haberse dado por aludido. ¿Con retraso? Nada en comparación con la dilación judicial que sufren otros asuntos en una justicia de dos velocidades.

El apoyo, por activa, pasiva o retambufa, a la tímida (por decir algo) reorientación batasuna –han pronunciado las palabras ETA y violencia en una misma frase, lo que, al parecer, ha supuesto la ruptura de un tabú en el cerril y autorreferencial mundo borroka- se produce en el vacío más absoluto, sin que haya el más mínimo indicio de arrepentimiento ni mucho menos entrega de las armas, por no hablar del futuro de Navarra y de todas aquellas reivindicaciones irrenunciables de los pistoleros.

En la línea del relativismo moral que practica una parte de la izquierda (lamentablemente la corriente dominante), el proceso se caracteriza también por la agresiva réplica a quienes disienten del fondo y de las formas. Se trata de las andanadas de Felipe González contra Mayor Oreja, cuyo eco ha sido casi similar a la confesión sobre la posibilidad de volar a la cúpula de ETA. Curioso que el ex presidente socialista se debatiera entre volar o no a la cúpula de ETA y no se preguntara de paso quién y cómo le proporcionaba tan suculenta tentación, según su propio relato. Sea como fuere, González ha resurgido de esas cloacas como un modelo ético mientras que uno de los ministros del Interior más escrupulosos con la legalidad es tratado como un cenizo al que no conviene la desaparición de ETA. De no creer.

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