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EDITORIAL

Éxito rotundo del cinco a las cinco

Nunca como el cinco a las cinco ha habido tanta distancia entre la sociedad española y su clase política, entre quienes dicen no a una negociación en los vertederos de la indecencia y entre quienes sólo hacen cálculos electorales.

Decenas de miles de personas han abarrotado el centro de Madrid para denunciar la negociación con ETA, las "facilidades" judiciales con las que cuenta el Gobierno para excarcelar terroristas, para tapar el auténtico sesgo de sus contactos con la banda, el célebremente triste chivatazo del bar Faisán, y la complicidad activa de la oposición encarnada por una dirección del PP que ha eludido la responsabilidad de estar al lado de las víctimas.

La presencia en la manifestación de líderes políticos como Esperanza Aguirre, de dirigentes como Jaime Mayor Oreja, de hombres y mujeres como Carlos Iturgáiz, María San Gil, Ortega Lara, Regina Otaola, Pilar Elías, Salvador Ulayar y Teresa Jiménez Becerril y muchos otros ha puesto de relieve que aún quedan en la política o en sus aledaños personas con memoria, gentes con dignidad que reclaman Justicia, que no quieren pagar un precio político por la paz, que aspiran a una libertad plena, sin adjetivos.

De los testimonios recogidos por esRadio, por Libertad Digital Televisión y por los periodistas de este diario se desprende un clamor muy definido: debe haber vencedores y vencidos; los terroristas deben pagar por sus crímenes y los terroristas del escaño no deberían estar presentes en las instituciones. En 43 ayuntamientos vascos y navarros gobierna ETA, sus pistoleros viven de los fondos públicos que les suministran sus portavoces y están dispuestos a seguir matando y extorsionando. Ante una situación así, el Gobierno y la oposición han aceptado negociar, emitir señales inconfundibles de claudicación con el acercamiento y la liberación de asesinos, con el desprecio a las víctimas expresado de forma palmaria. El PSOE y el PP han dado la espalda a quienes deberían tener siempre presentes, a quienes han perdido familiares y amigos, a quienes verdaderamente configuran el alma de una España digna.

Cualquier intento de acabar con el terrorismo, además de la Ley, debería tener presente a las víctimas. No se trata de que sean ellos quienes orienten las acciones del Ejecutivo o de la oposición. No es eso. Bastaría con tener en cuenta que el objetivo de la paz es inasumible si las víctimas no se sienten confortadas y reparadas. Sería suficiente con no olvidarlas y con actuar con un mínimo sentido de la moralidad pública, de la honradez política y de la legalidad. Lejos de ello, el Gobierno prefiere fijar su atención en Batasuna y celebrar con indisimulado gozo que algunos terroristas con micrófono banalicen el asesinato de casi mil personas con teorías sobre la existencia de un "conflicto político" y vagas y falsas promesas sobre el fin de los tiros y las bombas. Les da igual que ETA festeje abiertamente la disposición del PSOE a aceptar cualquier vómito en forma de comunicado como un paso en firme hacia el fin de la pesadilla. Les importa más, en suma, no ofender a los Otegi, Ternera y Txelis que lo que digan o sientan quienes aún muestran las heridas abiertas de una pesadilla que empeora cada vez que el Gobierno acepta los atajos y señuelos que coloca ETA entre una campaña de bombas lapa y otra de tiros en la nunca.

Como la voz de las víctimas les resulta incómoda, la mayoría de los partidos ha decidido mirar para otro lado, presionar a los medios de comunicación para que no se hicieran eco de la convocatoria, menospreciar a quienes no se someten a los dictados de los estrategas de la conciliación, de los Eguiguren de turno. En suma, han intentado hacer creer a la sociedad española que no pasa nada. Sin embargo, decenas de miles de españoles han dicho que no de una forma rotunda en Madrid, arropando a las víctimas que ya no se fían de las promesas de un Gobierno cuyas antenas están fijas en el próximo aquelarre batasuno, previsto para este lunes. Nunca como el cinco a las cinco ha habido tanta distancia entre la sociedad española y su clase política, entre quienes dicen no a una negociación en los vertederos de la indecencia y entre quienes sólo hacen cálculos electorales.

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