Son muchos los correos que protestan por mi preferencia por el nombre de la Montaña respecto a la región o provincia (ahora comunidad autónoma) de Cantabria. Creo que, ante la posible confusión de nombres, lo mejor es que nos quedáramos con Santander. Pero entiendo que, en estas cuestiones de onomástica o toponimia, cuentan mucho los sentimientos y las tradiciones más o menos irracionales. Por ejemplo, hay una resistencia general a hablar de "provincias" o "regiones". Se prefiere el difuso término de "territorios", que dice mucho menos. Esa preferencia es absoluta en el caso de los vascos. Paradójicamente, las provincias vascas o vascongadas se remontan a la Edad Media. En cambio, el resto de las provincias españolas son propiamente del siglo XIX. Pero los vascos actuales aborrecen ese término y se pasan a lo de "territorios". Encima dicen "territorios históricos", como si hubiera algunos que no son históricos. Tampoco está muy clara la insistencia en la expresión de "comunidades autónomas", cuando la autonomía es muy relativa. También son relativamente autónomos los municipios y no digamos el mismo Estado. Todas esas entidades se dan normas a sí mismas, de uno u otro rango. Incluso la Unión Europea es también autónoma, por ejemplo, para emitir moneda.
Al hablar de mi región de origen, no me queda claro si yo soy castellano, leonés, castellano-leonés o castellano y leonés. En la parla oficial se mantiene la misma confusión. Algo parecido sucede con los castellano-manchegos. Los vascos nos confunden también mucho con lo de Euskalherría o Euskadi. No sabemos muy bien por qué no se impone el término tradicional de País Vasco, que se ha dicho toda la vida. Lo de decir "vascongadas" a las provincias del País Vasco empieza a resultar malsonante; ignoro por qué. Claro que peor es el horror que expresan muchos españoles a pronunciar la palabra España, a la que sin duda pertenecen. Lo de "este país" resuelve la duda, pero no deja de ser un eufemismo bastante tonto. En fin, si no nos ponemos de acuerdo en estas elementales cuestiones onomásticas, va a ser difícil la convivencia o el acuerdo respecto a otras muchas cuestiones políticas. Está claro que la lengua fue siempre compañera del imperio.