De El Cairo a El Cairo
Ahora, con el incendio llenando las avenidas, Obama envía a Mubarak el mensaje de que no se postule para la reelección. De El Cairo a El Cairo, la política árabe del presidente ha sido nada entre dos platos.
En junio de 2009, el presidente Obama pronunció en El Cairo un discurso extraordinariamente publicitado. Titulada Un nuevo comienzo, la proclama del presidente estaba llena de errores históricos como la referencia a la tolerancia de Al-Andalus así como de frases que pudieran agradar a sus oyentes musulmanes y que iban de la referencia a que su nombre es Barack Hussein a la repetición de aleyas del Corán.
A pesar de todo, las voces que señalaron que aquel discurso constituía un grave error histórico fueron las menos. Un porcentaje nada desdeñable de las cancillerías y de los medios de comunicación creían –o querían creer– que Obama estaba anunciando una nueva época en las relaciones con los musulmanes y que los resultados iban a ser extraordinarios, incluidos la estabilidad mundial y la evolución de los gobiernos islámicos hacia formas siquiera un poco más democráticas.
Lo que ahora sucede en El Cairo demuestra hasta qué punto se equivocaron los que lo vieron así. Por un lado, ha quedado de manifiesto que la política de sostener benévolamente y sin ningún tipo de presiones a las tiranías islámicas constituye un gravísimo error y, por otro, vuelve a ser obvio, como en Irán hace unas décadas, que cuando los integristas islámicos perciben debilidad en la política de los Estados Unidos la aprovechan al máximo.
En estos momentos, desde el Sáhara Occidental hasta el Yemén, con los matices que se quiera, la práctica totalidad de los gobiernos se enfrenta con reacciones populares, pero –dejémoslo claro– no se trata en general de movimientos democráticos, sino de estallidos de ira en los que los integristas tienen un peso esencial. Durante décadas, el pueblo ha visto que Estados Unidos, acompañado de otras potencias occidentales como Francia, apoyaba sin fisuras, incluso con cierto regodeo, a los tiranos. Por añadidura, las organizaciones islámicas se han especializado en dos áreas de enorme repercusión social como son las tareas asistenciales y la agitación en el sentido de que nada de lo malo acontecería si la gente regresara al Islam de los tiempos supuestamente gloriosos.
Ahora, con el incendio llenando las avenidas, Obama envía a Mubarak el mensaje de que no se postule para la reelección. De El Cairo a El Cairo, la política árabe del presidente ha sido nada entre dos platos. Dios nos ampare porque si en cualquiera de esos países se implanta una república islámica, lo de Irán va a ser en comparación un juego de niños.
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