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Eva Miquel Subías

Dulces sueños, Occidente

Me voy a limitar a reproducir unas palabras de Oriana Fallaci. "Hay momentos en la vida, en los que callar se convierte en una culpa y hablar en una obligación. Un deber civil, un desafío moral, un imperativo categórico del que uno no se puede evadir".

Más de 200 personas fallecidas tras las revueltas en Túnez que acabaron con la dictadura de Ben Alí el pasado 15 de enero. Más de 500, heridas de diversa consideración. Intentos de inmolación en Rabat y medio millón de personas agolpadas en Alejandría pidiendo la dimisión de Mubarak pocos días después de que 21 personas fallecieran en un atentado perpetrado contra una iglesia copta.

En menos de un mes, Túnez y Egipto al rojo vivo. Y Marruecos parece tener los pies en remojo para zambullirse en breve. Nuevamente, además, las redes sociales han tenido un papel fundamental a la hora de movilizar y despertar a muchas personas, sobre todo jóvenes, que estaban hastiados, acechados por corruptelas y escasos derechos humanos.

El eje geoestratégico del Magreb bien calentito, vamos. Y Oriente Próximo mirando de reojo. Pero la Unión Europea y España, ni están ni se les espera. O se les espera pero sin apenas interés y con la paciencia arrinconada en un bolsillo, saturada de tanta reunión y posiciones ambiguas.

Occidente está mudo desde hace mucho. Oye pero no escucha, mira sin observar y calla. Calla ante manifiestas injusticias, calla ante dictaduras y ante todo tipo de atropellos.

Sí habla, sin embargo, Estados Unidos. E Israel. A pesar de que entre ambos exista ahora un conflicto de intereses en cuanto a Mubarak. Pero se posicionan, aunque no siempre acierten. Tienen, cómo les diría, ese bien tan preciado y tan escaso de nombre criterio. Y firmeza a la hora de poner en práctica aquello en lo creen. Sin titubeo alguno.

Y ya se sabe. A río revuelto, ganancia de pescadores. Con lo que tras muchos años de lucha por parte de opositores y árabes demócratas, quien avanzará posiciones no será otro que el fundamentalismo islámico, siempre atento, siempre activo. En alerta permanente, sabedores de las debilidades de occidente, cuyos valores no parecen pasar por sus mejores momentos.

Revueltas a pocos miles de kilómetros gracias a la ausencia de libertades, corrupción y desigualdad social. Nuestros vecinos más meridionales se movilizan y mueren y nosotros nos tumbamos a la bartola. Sólo si Marruecos estalla, algunos empezarán a reaccionar. Y por motivos muy diversos, me temo.

Apunta acertadamente El Houssine Majdoubi que "si Occidente desempeñó un papel crucial en la democratización de los países de Europa Oriental, pues está haciendo lo contrario con los países árabes, siendo cómplices".

Hoy estará Angela Merkel en España para sentarse junto a José Luis Rodríguez Zapatero y asegurarse de que ha colocado bien la plantilla de su hoja de deberes, no se vaya a torcer, con esa tendencia que tiene el muchacho. Ignoro si alguien le preguntará al respecto de Túnez, al respecto de Egipto, al respecto de los próximos en sumarse a las protestas y manifestaciones. Ignoro también si estará listo el papel que los 27 llevan elaborando desde no se sabe cuándo.

Me voy a limitar a reproducir unas palabras de Oriana Fallaci. "Hay momentos en la vida, en los que callar se convierte en una culpa y hablar en una obligación. Un deber civil, un desafío moral, un imperativo categórico del que uno no se puede evadir".

Pues al parecer sí pueden evadirse. Y de qué manera. Pero luego vendrán las prisas y las improvisaciones que tantos disgustos pueden llegar a causar.

Acabo. No sé si habrán visto la película La sombra del reino. Hoy me he acordado de ella. Y no porque se trate de un gran film, pero tiene aspectos muy reveladores. Asumo el riesgo de que me acusen de melodramática y exagerada pero he recordado unas palabras que me pusieron entonces los pelos de punta.

El largometraje transcurre en Arabia Saudí, cuando un grupo operativo del FBI se traslada para investigar un brutal atentado contra un numeroso grupo de civiles. Al final del mismo se solapan dos escenas realmente estremecedoras. En una de ellas aparece un agente de contraterrorismo susurrándole al oído algo al hijo de un compañero abatido al principio de la historia. Al preguntarle un compañero qué le había dicho en aquél momento, éste le contesta: "Le dije que no se preocupara, que les mataríamos a todos".

En el mismo instante pero a miles de kilómetros, le hacen la misma pregunta al nieto de un terrorista saudí que, justo antes de morir tras una reyerta con los agentes del FBI, le dirige unas palabras. Y el chaval responde: "Me dijo: no temas, mi niño, los mataremos a todos".

Así es. Y sí, llámenme acollonida, porque realmente lo estoy. Y desde luego, hoy no estoy para coñas.

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