"La cultura está en peligro".
Sí, estoy completamente de acuerdo con esa frase, pero muy al contrario de lo que creen las "lumbreras" de nuestra industria del entretenimiento (¿desde cuando Alejandro Sanz es cultura?) la gran amenaza que se cierne sobre la cultura no es la "piratería", lo que realmente la está llevando por la calle de la amargura es... la "industria cultural".
Y es que si hay algo dañino para la cultura no es que alguien se baje un libro de la red, sino que millones de personas lean las obras de Dan Brown, por poner el primer ejemplo que se nos ocurre y sin entrar en los pantanosos terrenos de las sagas negras escandinavas o la novela histórico misteriosa escrita por periodistas venidos a menos.
No es que lo diga yo, tal y como recuerda Juan Pedro Quiñonero en su blog estamos hablando de un peligro frente al que ya alertaba nada más y nada menos que Octavio Paz, que algo sabía del tema: "Ganar dinero es legítimo; también lo es producir libros para el ‘gran público’, pero una literatura se muere y una sociedad se degrada si el propósito central es la publicación de best-sellers y de obras de entretenimiento y consumo popular".
El propio Paz advierte que en ocasiones los gustos populares coinciden con lo que sí podríamos llamar cultura, con la literatura que va más allá del entretenimiento: Dickens, Balzac o Víctor Hugo son nombres del siglo XIX que daba el mexicano, quizá para evitar citar a contemporáneos como Vargas Llosa. Roberto Bolaño, convertido ahora en un fenómeno y casi diría que una moda, es otro buen ejemplo de las posibilidades de triunfar de una literatura sublime.
Pero el propio Quiñonero, al que se le ve preocupado por el tema, advierte en otro post de su blog de un proceso "endemoniado" alrededor del concepto de libro: "Basta con visitar un híper para advertir que el concepto mismo de ‘libro’ está sufriendo una metamorfosis endemoniada y ha dejado de tener el mismo significado para distintos editores (...) La difusión masiva de ‘libros’ está enterrando en un abismo sin fondo lo que en otro tiempo se entendía por el mismo nombre".
El segundo artículo de que Quiñonero es de 2006, y no parece que en estos años la situación haya mejorado. Y es que la propia naturaleza física del libro y los procesos industriales necesarios para su fabricación y distribución invitan y casi hacen imprescindible ese esfuerzo por llegar al best-seller, esa migración desde una industria cultural a una, masiva, pero que es sólo del entretenimiento.
Además, el mismo proceso de "cosificación" del libro (y esto se puede aplicar todavía más al mundo de la música) ha hecho que el consumidor pierda también cierto respeto por las obras, lo que en mi opinión revierte de forma directa en que crezca la mal llamada piratería: si puedo encontrar un "producto" a mejor precio... ¿por qué debo de dejar de hacerlo? Si al fin y al cabo es solo un "producto".
Por el contrario, el libro digital tiene una estructura de costes infinitamente más asumible que hace posible el riesgo, la aventura y la búsqueda de la excelencia y no el intento, por otra parte legítimo pero quizá cortoplacista, de maximizar el beneficio rápido.
Sí, el libro electrónico puede salvar a la cultura... de sí misma.