Ahí te pudras, Academia
Aquel De la Iglesia quería justamente lo contrario: un cine en algún punto castizo pero universal, vendible, omnívoro, desprejuiciado y popular. Y a pesar de todo eso, rigurosamente original.
No me venía explicando yo para qué Álex de La Iglesia había aceptado presidir la muy rancia Academia de Cine Español, que era y es justamente lo contrario de lo que desde sus inicios representa Álex de La Iglesia, pero ahora ya lo sé: había aceptado presidirla precisamente para ahora presentar por todo lo alto la dimisión.
Toda la –breve– ejecutoria de De la Iglesia al frente de la Academia de Cine tenía como única razón de ser el darle puerta a la Academia de Cine, con la excusa de la aprobación de la "Ley Sinde" (¡y dando además la clave de por qué todo el que tenga alguna curiosidad cultural debe oponerse a ella!: porque "el mercado legal no es suficiente", exacto). Álex de La Iglesia no había terminado de matar en España, en su año, los siniestros efectos de la cinematografía según Pilar Miró para terminar sus días como hijo predilecto y efigie visible de los que aman la cinematografía según Pilar Miró. De toda esa basura artística entre cultista, liofilizada y resentida que aún la tiene, allí dentro, entre manifestación contra Aznar y manifestación contra Aznar, por el pináculo de la "qualité" retrospectiva.
Guardo en la memoria una escena memorable de Álex de La Iglesia, y no es de sus siempre recomendables películas. De la Iglesia era, va para veinte años, un joven realizador vasco que casi no había presentado aún la intencionada "película basura" que era "Acción Mutante", un filme que venía a acabar de una vez por todas con los perniciosos efectos del guardarropía mironiano, tan displicente con el entretenimiento y el mercado y que consumió la auténtica iniciativa de los que sí tenían algo que decir durante casi un decenio. De la Iglesia asistía, en un festival de cine español, al insufrible autobombo que hacía un vernal director nacionalista catalán, Marc Recha, de una peliculilla agradablemente olvidada inspirada en "la Oceanografía del Tedio" de d'Ors, un discurso periférico de un joven intoxicado, destilado de referencias excluyentes y de campanario. Se levantó y dijo: "Decir todo lo que ha dicho este señor me parece fascismo".
Así se habla. Porque aquel De la Iglesia quería justamente lo contrario: un cine en algún punto castizo pero universal, vendible, omnívoro, desprejuiciado y popular. Y a pesar de todo eso, rigurosamente original. Lo cual era tanto como dinamitar las auténticas esencias de todo lo que la Academia representaba por entonces. Y que en el fondo no ha dejado de representar nunca. Para algo es Academia.
Alex De la Iglesia de director de la Academia es una coartada, pero para la Academia. Que por ejemplo El día de la Bestia, que hubiese hecho vomitar de suficiencia a la Miró y aún lo hará a sus herederos artísticos, sea una de las películas españolas más célebres de toda la historia y además en cualquier continente nunca habrá sido perdonado, por mucho que le hayan pasado la mano por el lomo o por la barba. Tiene demasiado talento como para pasarse la vida sosteniendo para otros "el cabezón" (por este nombre conocen a los "goyas"). Es el máximo representante de un movimiento hoy medianamente tolerado pero entonces contracultural que, directamente, venía a defecar en aquella hortera concepción socialdemócrata de la cultura española.
Los espectadores le estábamos tan agradecidos que casi estábamos acabando de perdonarle ya el que se hubiese hecho presidente académico. No va a hacer falta, porque ha vuelto al lugar desde el que en realidad no se fue nunca.
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