En los últimos 15 años, cien millones de indios han conseguido escapar de las garras de la miseria. ¿Cómo? ¿Por obra y gracia del petróleo, el gas, el oro? No, eso sí que hubiera sido un milagro. Lo que han hecho los indios, en cuanto les han dejado, ha sido poner a funcionar el más natural de los recursos: el cerebro humano.
En efecto: si la India lleva años creciendo a ritmos abracadabrantes (un 8,8% anual de promedio, según recuerda Andrés Oppenheimer en su impagable ¡Basta de historias!) se debe, en buena medida, a su fuerte y en su momento –en tiempos del pandit Nehru– audaz apuesta por la educación superior, la economía del conocimiento, que ya le está rindiendo frutos: "Hacia fines de la primera década del siglo XXI –informa Oppenheimer–, la industria de servicios para empresas multinacionales de Estados Unidos y Europa ya representaba la mitad de la economía de la India", y la CIA prevé que para 2020 la economía india será la tercera del mundo, sólo por detrás de la norteamericana y la china. Una economía en la que el sector informático (sólo en la ciudad de Bangalore operan 1.850 empresas del ramo) genera ya 23.000 millones de dólares anuales.
Paradójicamente, dos de los lastres que amenazan el desarrollo indio son el analfabetismo, aún extendidísimo (lo padece el 39% de los mayores de 15 años), y la pésima calidad de la enseñanza primaria, males que azotan con especial virulencia a los más pobres, que han empezado a decir basta... con la inestimable ayuda de las escuelas privadas.
Los datos son para salir corriendo: según informes del Banco Mundial y de organizaciones no gubernamentales como el Center for Civil Society de Nueva Delhi (CCS), el 25% de los maestros no acude a clase, y la mitad de los que acuden... acude pero no imparte. La ONG Assesment Survey Evaluation Research (ASER) realizó un sondeo en 16.000 aldeas y encontró que la mitad de los niños de 10 años leía peor de lo que debería hacerlo uno de 6, y el 60% no sabía hacer una división simple. Por otro lado, la mitad de los estudiantes deja de serlo a los 14 años, en cuanto termina la escolarización obligatoria (v. Eugénio Viassa Monteiro, El despertar de la India, p. 153).
"La India ha estado tratando de reformar sus escuelas públicas desde hace 50 años, sin resultado alguno", explicó a Oppenheimer Raj Cherubal, del CCS. "Y lo que estamos viendo ahora es una rebelión de los más pobres contra la escuela pública". A Cherubal le parece "fenomenal". Y a mí, faltaría más.
Los pobres saben por crudísima experiencia que el mejor ascensor social es el dinero, esa herramienta que desprecian los revolucionarios por cuenta ajena y los que están "a pocos latidos de heredar un castillo" (Tibor Fischer dixit) pero que, claro, veneran aquéllos, especialmente en sociedades como la india, marcadas a fuego por el segregacionismo y la exclusión (el sistema de castas fue abolido con el advenimiento de la independencia, pero rige, vaya si rige). "El dinero es el gran nivelador –al habla de nuevo Cherubal–, y la gente pobre sabe que la educación se traduce en mejor ingreso. Por eso uno ve tanto interés de las castas más bajas en la educación". De las 918 escuelas que James Tooley censó en los barrios de chabolas de la ciudad de Hyderabad (unos seis millones de habitantes en el área metropolitana), apenas un tercio era de titularidad pública: el resto eran escuelas privadas reconocidas oficialmente y centros adscritos al denominado sector informal. Estos últimos no sólo eran los más numerosos (37% del total), sino los de mejor calidad en términos académicos.
El caso de Hyderabad no es excepcional: el 20% de los escolares de las zonas rurales y el 50% de los de las zonas urbanas acuden a centros privados. ¡Y el 80% de los hijos de los profesores de los centros públicos, según una encuesta realizada entre los propios docentes!
El éxito de las escuelas privadas es tal, que las autoridades han dado su "autorización tácita" para que sus más de 40 millones de alumnos vayan a la escuela pública "sólo un día por año, a rendir su examen [de fin de curso]" (Oppenheimer, ob. cit., p. 145).
"La tendencia es a que el gobierno (...) dé cada vez menos dinero a la burocracia docente (...) y cada vez más (...) a los padres, para que envíen a sus hijos a la escuela que quieran", le contó Chetubal a Oppenheimer. "O sea, en lugar de dar dinero a las escuelas, dar dinero a los estudiantes". O sea, el cheque escolar. En un país gobernado por un partido socialista. O sea.
Ay, si por estos pagos los socialistas de todos los partidos dejasen de hacer el indio...