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Serafín Fanjul

Contra el diccionario, contra la libertad

Es obvio que cualquiera perteneciente a las minorías supuestamente maltratadas –o que se finja–, puede aducir su condición para imponer sus intereses: ¿será obligatorio dar trabajo a éste o al otro por ser moro, chino o bantú?

Se escandalizaba un colaborador de La Gaceta de que un profesor americano hubiera perpetrado una nueva edición de Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain, adaptando la obra al actual pensamiento políticamente correcto, sustituyendo palabras como negro o indio a fin de contentar a las minorías aludidas. El articulista incluía el caso en "una serie de crímenes nuevos: los que se perpetran contra la literatura". La verdad es que no se trata de nada nuevo: en el mundo anglosajón (por no irnos a otros), el puritanismo dominante lleva siglos expurgando y censurando textos propios y ajenos (por no ponerme pedante y pesado no les refiero ejemplos, trabajados por mí mismo, de mutiladísimas traducciones al inglés de obras árabes, hace un siglo o siglo y medio, pero esos casos existen y no son pocos). El mismo concepto de pensamiento único y –por supuesto– políticamente correcto, es una invención de los campus americanos. Una gazmoñería que antes era "conservadora" y ahora se ha naturalizado como "progresista" de la mejor especie, pero los mecanismos represivos de la libertad de acción y expresión son idénticos: un ser superior, por nuestro bien, decide qué podemos y qué no podemos leer, ver o decir.

En cuanto a nosotros, la ñoñería de los progres no se para en barras a la hora de organizarnos la vida, o desorganizárnosla más bien. Un día lanzan sobre los fumadores la ley antitabaco, saltándose toda lógica, hasta económica; otro, la Sinde blande su norma para amordazar Internet y, como fracasa, vuelven a la carga anunciando un organismo que administre la censura previa en radio, televisión y prensa, por aquello del "buen gusto" (Que se preparen LDTV, Intereconomía y algún otro). Ellos que han patrocinado y pagado con nuestro dinero tantos insultos, parodias, blasfemias contra el cristianismo en exposiciones, libros, teatro, cine, mezclando pornografía y falta de creatividad, exhibiendo mera chocarrería como rompedora contracorriente, la última en el Centro Dramático Nacional (Gólgota picnic de Rodrigo García, en el Teatro María Guerrero, bajo los auspicios de Gerardo Vera, notable paniaguado de Rodríguez y la Sinde). Ellos con el pretexto del mal gusto.

Y como en nuestro país nada ni nadie está en el sitio que le corresponde, la Bibiana se sentaba y la Pajín se sienta, en el Consejo de Ministros y presentando leyes, en vez de asistir a una escuela primaria para adultos donde las alfabeticen y desasnen un poco. Y si la inolvidable Bibiana sacó adelante la ley de promoción y difusión del aborto –que parece más bien competencia de Justicia o Sanidad– Leire no le va a la zaga y pretende colar una ley de Igualdad de Trato, con el claro objetivo de penalizar del modo más arbitrario posible a quien les venga en gana: por llamar feo, o gorda, o calvo, o negro, o bajito, etc., como si no existiera el Código Penal, con la tipificación correspondiente; por no alquilar un piso; o por denegar un trabajo... Es obvio que cualquiera perteneciente a las minorías supuestamente maltratadas –o que se finja–, puede aducir su condición para imponer sus intereses: ¿será obligatorio dar trabajo a éste o al otro por ser moro, chino o bantú? ¿Deberemos invitar a cenar a todos los rifeños que conozcamos pronunciando con unción sus nombres? ¿Por güebos (vea el diccionario, Sr. Trillo) los rencos y mancados habrán de copar el equipo nacional de atletismo? Y ojito los discrepantes, que viene Leire con su ley.

Es cierto que promueven y agitan todas estas monigotadas para tenernos entretenidos y no lo es menos que, de tal guisa, ministras y ministerios sin cometidos reales justifican su existencia y sus sueldos, pero eso no es todo. Detrás y por encima de esas añagazas de golfos y trileros, se halla el designio claro de intervenir en nuestras vidas, de conducirnos, de mangonear hasta el aire que respiramos, aun a costa de inigualables gestos de desvergüenza: Rodríguez pidiendo tabaco, en un local cerrado (Antena 3, después de una entrevista) y tan sólo unos días más tarde de poner en vigor la ley antitabaco, con sus hosteleros esquilmados, sus multas y sus incitaciones a la delación. Todo un modelo viviente del paraíso socialista.

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