Reconozco que el asunto Álvarez Cascos da un poco de vidilla al actual sistema de desgobierno que vive España. Pero, por otro lado, revela lo más podrido del sistema político. Muestra que el verdadero Rajoy no se entiende sin Zapatero. Uno y otro son intercambiables, porque los dos actúan implacablemente a la hora de eliminar al discrepante. Quien trate de salirse del pacto de las oligarquías entre partidos es eliminado. Rajoy incluso se expresa como el político más estalinista entre los estalinistas: sólo se interesa por el futuro. La prueba está a la vista en su declaración sobre la cuestión de Álvarez Cascos: "Yo, en este asunto, ya estoy en el futuro". Es lo mismo que contestaba Stalin al campesino: "El comunismo está en el futuro". A Rajoy le gusta la expresión sobre el futuro, de lo contrario no la habría dicho. Ay, amigos, el lenguaje siempre nos delata.
Rajoy posiblemente será el nuevo presidente del Gobierno, quizá gestione mejor los asuntos económicos que Zapatero, e incluso conseguirá que no se legisle contra la mitad de la población, pero no esperemos mucho más. ¿El PP es alternancia? Sin duda. Pero no tiene alternativa. Comparto, por lo tanto, la opinión de quienes consideran que la actual etapa histórica de España no corresponde a un régimen político, pues que eso significaría que existe algún orden político, sino a una extraña situación política, que ya es histórica, cuya razón fundamental es un sistema de desgobierno, organizado por una casta política para infantilizar y enajenar a lo que queda de Nación.
El consenso político entre las oligarquías de los partidos políticos al margen de la sociedad, e incluso de sus propios discrepantes, es la base de un sistema absolutamente corrupto. ¡Qué más da quien sea más corrupto! Como dijo Bentham al criticar la oligarquía inglesa de su época, ya sólo cabe distinguir entre partidos opresores y partidos depredadores. Pues eso, el PSOE es el partido opresor por excelencia, y el PP, especialmente a través de Rajoy, no deja títere con cabeza en su entorno. Captura y devora más, incluso quizá con más saña, que el todopoderoso Zapatero. Es absolutamente absurdo y cruel prescindir de alguien que llevaba toda la vida en el partido, independientemente de que él aplicara los mismos métodos. Pero es todavía más cruel y totalitario tratar de engañarnos con el futuro: el mito del hombre nuevo –"yo ya estoy en el futuro", es la frase más repetida de Rajoy desde el Congreso de Valencia– es una manera fina de acabar con cualquier idea plausible de presente, es decir, de política para aquí y ahora. Terrible. La democracia, en España, ya es sólo una aspiración de futuro.