Vaya por delante que suscribo de la "a" a la "z" el editorial de ayer de Libertad Digital sobre la falta de democracia interna de los partidos. Del asunto de Cascos lo que más me ha interpelado ha sido la furibunda reacción de una señora a quien sólo conocen en su casa, y que gusta de nombrar como hijos predilectos a genocidas. Esta individua, a la sazón presidenta del PP en Gijón, se ha despachado contra Cascos con la misma ligereza que se habría empleado en idolatrarlo si hubiera resultado el elegido. Hechos como éste ponen de manifiesto que en el sistema de partidos actual, el peloteo es la moneda más común. Situaciones así favorecen que la tremenda vaciedad ideológica de demasiados gerifaltes de los principales partidos aflore de forma vergonzante. La máxima indica que lo importante es quién manda, el para qué inmediato es completamente irrelevante, pues el para qué mediato siempre es el bien del partido. Y mientras tanto, a los ciudadanos que nos vayan dando.
Dentro de toda esta vorágine preelectoral se han visto dos ex ministros: Antonio Asunción en Valencia y Francisco Álvarez-Cascos en Asturias. Antonio Asunción es uno de los pocos ministros que abandonó su cargo por dimisión. Cuando intentó retomar la carrera política concurriendo a unas primarias frente al secretario general de los socialistas valencianos, el aparato del partido le cerró el paso. Tal y como él mismo denunció, hubo una clara manipulación de los apoyos, de modo que ni siquiera llegó a alcanzar la condición de candidato a encabezar el cartel electoral socialista. Asunción, sabiéndose engañado por su propio partido, ha preferido no hacer sangre; ha mantenido su militancia y se ha decantado por aguardar la derrota de su rival en los comicios de mayo para volver a la carga. Sin duda, una actitud más caballerosa que la recibida de contrario.
En cambio, Francisco Álvarez-Cascos ha optado por la tremenda. Como un personaje de Tennessee Williams, se ha armado de dignidad, se ha liado la manta al cuello y ha montado un pollo de órdago. Si bien creo que Cascos anda más que cargado de razón, en esto de la política, el tener razón no justifica determinadas acciones. ¿Qué hubiera pasado si Alejo Vidal-Quadras, con más razón que un santo, hubiese adoptado una actitud similar a la de Cascos cuando fue vendido por un plato de lentejas, y con él todo lo que representaba? En cambio, permaneció en el partido, crítico con las decisiones que debía serlo. La postura de Alejo, ha consistido en intentar no perjudicar al partido, al tiempo que ha mantenido la creencia en que si se pretende cambiar algo en un partido, sólo es posible hacerlo desde dentro.
Las opciones de los dos ex ministros, Asunción y Cascos, frente a la iniquidad de sus partidos, han sido diametralmente opuestas. El tiempo dirá quién tiene razón, si bien lo cierto es que si alguno de ambos vuelve al primer plano de la vida política no le faltarán pelotas, o como gustaba García: "abrazafarolas", que le canten las loas hasta de los vuelos de las perneras del pantalón.