El Tinell bis
El movimiento catalanista continuará siendo la bicicleta que exige de quien la conduce pedalear sin tregua o, irremisiblemente, vehículo y pasajeros se derrumbarían sobre el asfalto de la realidad.
Quizá la consecuencia más desconcertante de que todos los partidos catalanistas resulten ser uno y el mismo es el canon antropomórfico que ha acabado generando el Régimen. Así, no solo los programas y los discursos se parecen como gotas de agua, es que el narcisismo de las pequeñas diferencias, suprema obsesión patológica del establishment nacionalista, también hace intercambiables las caras. Como los mil sobreentendidos cómplices, esos códigos gestuales de la corrección política inaprensibles para quien no forme parte de la pomada. Hasta el uniforme de camarero de discoteca –camisa negra y terno a juego– ahora ubicuo tanto en los escaños del Parlament como en los platós de TV3, los mimetiza.
Al punto de que ni los más avezados fisonomistas resultan capaces ya de distinguir a los unos de los otros, y viceversa. Sin ir más lejos, ¿qué sexador de pollos identitarios hubiese acertado de discernir si el ínclito Ferran Mascarell era un nacionalista socialista, un socialista convergente, un convergente socialista o un socialista nacionalista? Y es que, en Cataluña, el genuino escritor costumbrista no resultaría ser Kafka, aunque también, sino el viejo conde de Lampedusa. ¿Qué esperar entonces de Artur Mas? En el mejor de los casos, un cierto aggiornamento en las formas, el repudio tácito de la tosca rudeza que caracterizó los modales del Tripartito, sobre todo a los líderes de la Esquerra, tan elementales los pobres.
Mas allá de eso, el movimiento catalanista continuará siendo la bicicleta que exige de quien la conduce pedalear sin tregua o, irremisiblemente, vehículo y pasajeros se derrumbarían sobre el asfalto de la realidad. Requieren de la permanente tensión escénica con Madrit, el eterno agravio frente al Estado, con tal de subsistir. Tan simple como eso. De ahí que, tras el fiasco estatutario, no tardasen ni cinco minutos en ingeniar otra cantinela victimista a fin continuar lloriqueando ad aeternum: el célebre concierto económico. Y nadie olvide, en fin, que en la Cataluña catalana, ésa que mora en el imaginario nacionalista, no cabe el PP por mucho que estuvieran dispuestos a humillarse –otra vez– sus dirigentes. He ahí la prórroga del Pacto del Tinell que, sin alardes chulescos ni ruidos innecesarios, al silente modo, marginará a la derecha española en los ayuntamientos de la plaza. Y si no, al tiempo.
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