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Cristina Losada

El fin del discreto encanto

Cuando Mas predica la secesión para un futuro sin fecha, no está de broma ni sólo aumenta la presión del chantaje de toda la vida. Por de pronto, anuncia abiertamente el desacato y la insubordinación.

El postpujolismo ya está aquí. Y llega con la bendición urbi et orbi de los socialistas. Artur Mas ha sido investido gracias a la abstención del PSC y el Gobierno, a través del superministro Rubalcaba, le ha ofrecido enseguida toda su "leal" cooperación. Es norma que a CiU nunca le falten pretendientes en la perversa Madrid. Lo excepcional radica en que los propósitos de los convergentes se sitúan ahora, de modo explícito, fuera de la ley. No hay trampa ni cartón. Mas asume el Gobierno autonómico con dos objetivos que entrañan un desafío al Estado de derecho: incumplir la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto y sus derivadas, como las que acaba de publicar el Supremo contra la inmersión lingüística; y lograr un concierto fiscal que ni la ley de financiación autonómica ni la Carta Magna permiten. ¿Es eso lo que celebra Rubalcaba? ¿Colaborará lealmente el Gobierno de España en tal programa de bandolerismo político?

El salto cualitativo que ha dado el partido único catalanista, empujado por un Maquiavelo tan hábil como el leonés, se cifra en que incluso su facción "moderada" ha perdido cuanto le quedara de contención o, por lo menos, disimulo. El elemento diferencial del postpujolismo, vuelta de tuerca a la que han contribuido el tripartito y Zapatero al alimón, radica en la franca exhibición de la ruptura con España. Y esa gestualidad desinhibida señala el fin de una larga temporada de bailes de salón en los que la secesión se llevaba, discreta, bajo un manto de civilizada hipocresía. En sus discursos, Mas se refiere a España como un país extranjero y proclama a Cataluña en estado de "transición nacional". Pero, ay, no se le quiere tomar en serio. "Bah, eso es palabrería para el consumo interno", se oye. "¿Independencia? ¡Qué va! Eso es alfalfa para los radicales", se dice. Y, naturalmente, en privado, los convergentes reconfortarán a los crédulos.

No hay, sin embargo, motivo alguno para confiar en el doble juego. Ni tampoco para desechar como mera añagaza los pronunciamientos públicos de los políticos. A fin de cuentas, a través de ellos se moldea la opinión y se configura la acción. Cuando Mas predica la secesión para un futuro sin fecha, no está de broma ni sólo aumenta la presión del chantaje de toda la vida. Por de pronto, anuncia abiertamente el desacato y la insubordinación. Y ello, con la "responsable" anuencia del PSC y la encantadísima cooperación del Gobierno de España. Son tal para cual.

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