No sé en cuál de las muchas mañanas de Ana Rosa Quintana se presentó Mercedes Milá para anunciar un reportaje de investigación sobre menores delincuentes que iba a emitirse esa misma noche en la cadena correspondiente. Estaba la asertiva periodista rodeada de algunos personajes cuyo papel circunstancial allí supongo sería comentar la actualidad rosa o de cualquier otro color que se presentase. Los rostros eran serios, como la ocasión y el asunto dictaban en la comedia audiovisual. Hablaban, en definitiva, de psicópatas. Y para el roussoniano mundo en el que algunos aspiran a vivir, confundiendo deseos con realidad, un menor incívico, violento e inmoral es una enmienda a la totalidad. ¿Cómo? ¿Un ser aún no formado mentalmente puede ser recalcitrante e innatamente malo?
En la sociedad humana, como en cualquier otra sociedad animal, se ha producido lo que un biólogo evolucionista denominaría un equilibrio a largo plazo entre halcones y palomas. Estas dos figuras aviares representan dos estrategias en las luchas, enfrentamientos, interacciones o "juegos" competitivos (en los que existe algo en "juego", como un territorio, una pareja sexual o una pieza cobrada) entre dos individuos: el halcón lleva la lucha hasta sus últimas consecuencias, que pueden ser graves heridas o incluso la muerte. La paloma, en cambio, se retira llegado un punto. Puede por un tiempo fanfarronear, pero llegado el momento decisivo, sea por falta de coraje o arrojo, sea por prudencia, no continúa, no arriesga más. Este esquema elemental ha dado origen a múltiples simulaciones informáticas que evalúan cómo evolucionan los grupos y varían las proporciones de los diversos caracteres dentro de ellos. Naturalmente los juegos no son todos de competencia, ni los tipos se reducen a halcones y palomas. Pero a la larga queda un porcentaje estable de las diversas estrategias, que resultan ser relativamente exitosas. La del psicópata, que es el caso del halcón dentro de las sociedades humanas, mantiene un porcentaje poblacional bajo, de entre el uno y el dos por ciento; un porcentaje que aumenta vertiginosamente cuando se mide dentro de la población delincuente.
En neurociencia, se ha comprobado que los individuos con el lóbulo frontal del cerebro dañado no ponderan adecuadamente los riesgos y las posibles consecuencias negativas de las propias acciones. Esto se debe a que la conexión entre el cerebro emocional y el cerebro ejecutivo es en ellos defectuosa, no etiquetándose adecuadamente los acontecimientos como favorables o adversos, positivos o negativos, buenos o malos para la propia supervivencia y bienestar –ni hablar ya de la de los demás–.
Como vemos, un accidente durante la vida de una persona que afecte a su lóbulo frontal puede provocar en ella grandes y graves cambios en el comportamiento. Pero también puede suceder que la dotación genética de un ser humano conduzca a la formación durante el desarrollo biológico de un cerebro cuyas conexiones entre el área emocional y la ejecutiva den origen a comportamientos socialmente inadaptados, en el mejor de los casos, o perfectamente inmorales y destructivos en el trato social en el peor. La psicopatía parece ser algo fundamentalmente innato.
Así, cuando uno escucha a los contertulios de Ana Rosa, y a la propia Ana Rosa, hablando de lo hedonista que es la sociedad de hoy (Bibi Andersen dixit, ejem) o lo necesario que es que la sociedad (como un conjunto con voluntad propia) encuentre formas de evitar esta clase de comportamientos, se pregunta cómo es posible que, dados los conocimientos acumulados a estas alturas sobre la naturaleza humana, el ambientalismo más rampante siga predominando de esa manera tan avasalladora en las conversaciones corrientes.
Cabe suponer que, en estas circunstancias, lo mejor que podemos hacer es apadrinar a un Rafita por Navidad. Felices fiestas.