El conocimiento creciente de la amenaza nuclear iraní vino acompañado durante años de un pesimismo no menos en aumento. Si en el pasado, Osirak, el reactor nuclear de Saddam Hussein, había podido ser bombardeado por la fuerza aérea israelí, ahora no parecía que tal posibilidad fuera viable. No se trataba sólo de los problemas diplomáticos inherentes a una acción de ese tipo sino, sobre todo, de la práctica imposibilidad para alcanzar todos y cada uno de aquellos lugares donde la dictadura de los ayatollahs estuviera fabricando armamento nuclear.
Sin embargo, de la misma manera que en el pasado los nuevos retos militares recibieron respuestas que convirtieron la caballería, los muros o las alambradas en expugnables también ahora existen indicios de que Irán ha sido golpeado en el corazón de su programa nuclear y que puede tardar mucho en recuperarse. La nueva arma empleada contra la terrible dictadura islámica es un virus informático conocido como Stuxnet, un nombre que deriva de las iniciales que se encuentran en su código. El virus es una especie de cibermisil que cuenta con una cabeza que se ha apoderado de los sistemas de centrifugación del centro de procesamiento de uranio en Natanz y de la enorme turbina del reactor nuclear de Bashehr.
El golpe ha sido tan devastador que Mahmud Ahmadineyah se ocupó de acabar aceptando que el virus había penetrado en los centros nucleares iraníes para, acto seguido, insistir en que estaba detectado y controlado. Menos tranquilo parecía el general de la guardia revolucionaria, Mohammad Reza Naghdi, que salió despotricando contra "los sucios americanos y los sionistas" y terminó diciendo que iba a ahorcar a los generales americanos y sionistas que cayeran en sus manos. Se trataba del típico ladrido que muestra que se cabalga porque la realidad, según expertos como el alemán Ralph Langner, es que los iraníes tendrían que tirar por la ventana todos los ordenadores empleados en el programa nuclear y comenzar de nuevo; algo que, por supuesto, no están dispuestos a hacer.
De momento parece que estamos a salvo del programa nuclear iraní y que son científicos y espías –como en tantas otras ocasiones– los que han contribuido de manera esencial a la defensa de la libertad.