Colabora
Emilio Campmany

Catalonian Connection

La Barcelona cosmopolita y faldicorta de los 70 que presumía de estar más cerca de París que de La Mancha hoy es una especie de Nápoles en el que, debajo de un decorado de cartón piedra, es posible encontrar toda clase de podredumbre.

Lo de Wikileaks no es para tanto. La mayoría de los documentos filtrados no contienen más que banalidades recogidas a salto de mata en la prensa local. Pero llama la atención que los diplomáticos norteamericanos hayan descubierto algo que todos sabemos, pero de lo que no queremos hablar. Cataluña es el mayor centro mediterráneo de radicales islamistas. Y no sólo, sino que su puerto, a pesar de haber disminuido dramáticamente su actividad en beneficio del de Valencia, es una importante vía de entrada del tráfico de personas, drogas y dinero negro. Así pues, la Barcelona cosmopolita y faldicorta de los setenta que presumía de estar más cerca de París que de La Mancha hoy es una especie de Nápoles en el que, debajo de un decorado de cartón piedra probablemente diseñado por un mal imitador de Gaudí, es posible encontrar toda clase de podredumbre.

En los informes enviados a Washington se responsabiliza de esta situación y de lo poco eficaz que es la lucha de las autoridades a las fuertes rivalidades entre los servicios de inteligencia españoles, entre los que incluye el que se supone poseen los Mossos d’Esquadra.

En Washington no se limitaron a leer los informes, sino que decidieron instalar en su Consulado de Barcelona un centro de espionaje desde el que combatir estas amenazas toda vez que percibieron algún grado de incapacidad en nuestras fuerzas del orden. Y, al hacerlo, acordaron la necesidad de contar con la colaboración de las autoridades catalanas más allá de la que puedan tener del Ministerio del Interior.

Los nacionalistas catalanes llevan años empeñados en la propaganda del Freedom for Catalonia y del Catalonia is not Spain. Y al final, al otro lado del charco se han enterado de que, en efecto, Cataluña ya no es del todo España, pero no para ser algo mejor, sino para convertirse en algo peor.

Pero, ¿hay algo realmente nuevo en todo esto? Sabemos que los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado han sido expulsados de Cataluña. Sabemos que el fomento de la lengua catalana y la persecución del español han conducido a atraer conscientemente a la inmigración magrebí y a desincentivar la latinoamericana. Sabemos que tenemos las leyes penales más permisivas de Europa, lo que atrae a aquí a toda clase de organizaciones criminales europeas. Sabemos que la necesidad de lavar el dinero negro de los negocios inmobiliarios de los políticos, con los que se financian nuestros partidos, ha hecho de nuestro país la mayor lavandería de dinero sucio de Europa. Sabemos que la necesidad de tener buenas relaciones con Marruecos ha exigido no ser demasiado atentos a la hora de controlar el hachís que por aquí pasa con destino al resto de Europa. Sabemos que en España, pero especialmente en Cataluña, el dinero público que haría falta para combatir el crimen, se gasta en informes inútiles, que cobran asociaciones fundadas por los partidos, y en subvenciones arbitrariamente adjudicadas a empresarios amigos de los políticos. Sabemos, y lo saben los catalanes, que en Cataluña están peor que en el resto de España porque allí gobiernan los nacionalistas. Y sabemos que esto sólo puede arreglarse abriendo un proceso constituyente que empiece por achicar la elefantiasis que padece nuestra administración.

Ahora sabemos que los americanos también lo saben. Y parece que se han dado cuenta de que no vamos a hacer nada para remediarlo. No hay en ello ninguna novedad, pero no deja de ser triste leerlo negro sobre blanco en un informe redactado por un funcionario extranjero.

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