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José García Domínguez

Un aprendiz de racista

Barrera, ilustre militante de la Esquerra, no hace tanto sentenció solemne: "Los negros de Estados Unidos tienen un coeficiente intelectual inferior al de los blancos". Memorable aserto que sería bendecido con el clamoroso mutismo del establishment local.

Es sabido que los malhechores tienen por costumbre universal gritar "¡Al ladrón, al ladrón!" con tal de sembrar el desconcierto mientras se dan a la fuga. Así también el Tripartito. De ahí que cierto Oriol Amorós, archipámpano cesante en un negociado bajo usufructo de la Esquerra, haya anunciado acciones legales por xenofobia no contra sí mismo y su partido, tal como aconsejaría la lógica, sino contra un tercero. Y es que la Generalidad, siempre alerta en busca de la paja en el ojo ajeno, cree haber detectado incitación al odio étnico en el programa de un Josep Anglada, bisoño aprendiz en el oficio al lado de semejantes fiscales. A fin de cuentas, ese racismo tan elemental en su ruda tosquedad, el que en efecto postula Anglada, no supone ninguna novedad ajena a la tradición canónica del catalanismo político. Aunque los interinos de Montilla ya no parezcan recordar que Heribert Barrera, fervoroso entusiasta de la higiene racial (catalana, huelga decir) y de la eugenesia, presidió hasta hace nada el Parlament.

El mismo Barrera, ilustre militante de la Esquerra, que tampoco hace tanto sentenciara solemne: "Los negros de Estados Unidos tienen un coeficiente intelectual inferior al de los blancos". Memorable aserto que al punto sería bendecido con el clamoroso mutismo cómplice del establishment local. Una losa de silencio pareja a la que aún cubre el más célebre párrafo de La inmigración, problema y esperanza para Cataluña, magna obra de Jordi Pujol i Soley. Aquella perla nunca repudiada por su muy honorable autor que auguraba apocalíptica:

Ese hombre anárquico y humilde [el inmigrante andaluz] que hace centenares de años que pasa hambre y privaciones de todo tipo, cuya ignorancia natural le lleva a la miseria mental y espiritual y cuyo desarraigo de una comunidad segura de sí misma hace de él un ser insignificante, incapaz de dominio, de creación (...) si por la fuerza numérica pudiese llegar a dominar la demografía catalana sin antes haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña.

Se larvaba el drama infantil que doña Marta Ferrusola nos confesó en público años después. "Hoy no puedo jugar, mamá: todos los niños son castellanos", le dijo por aquel entonces su amado hijo Oriol Pujol. ¿Anglada? Que lo contraten de becario.

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