La diplomacia es en parte retórica, y seguramente todos los embajadores estadounidenses cuyos cables poniendo a caldo a dirigentes extranjeros se han hecho públicos se deshacían en elogios de todo tipo hacia esos mismos políticos a los que despreciaban. De ahí que sea razonable que, en circunstancias normales, cualquier Gobierno de España no deje de hablar de la buena relación que nos une con nuestros vecinos del sur y de lo bien que nos tratan y los tratamos. Pero una cosa es decirlo y otra creerlo. Y todo apunta a que Zapatero se lo cree.
No hay nada más peligroso para un país que los que tiene alrededor, y cualquier ciego vería que Marruecos, una teocracia que no respeta los derechos humanos, es el vecino del que tenemos que preocuparnos. Además, nuestras obligaciones para con los saharauis, que no con el Polisario, nos obligan a un enfrentamiento permanente con el reino alauita. Su avezada diplomacia nos ha chantajeado con todo: derechos de pesca, emigración, narcotráfico, presión sobre Ceuta y Melilla; así nos ha neutralizado mientras cultivaba sus relaciones con Estados Unidos y Francia. Se ha salido con la suya en casi todo durante las últimas décadas exceptuando Perejil, un episodio del que, naturalmente, se carcajean los mismos progres que se desgañitan por el Sahara.
Zapatero y los suyos vienen de donde vienen, de esa misma cultura política que apoya al Polisario más que al Sahara. Pero cuando la ideología ha quedado reducida a retazos, a meros apoyos a distintos grupos con intereses muchas veces incompatibles entre sí, alguno ha de quedar al final damnificado. Y por la fe en que iríamos tirando afrontando las relaciones internacionales desde la debilidad y el sectarismo, el buen rollito y la alianza de civilizaciones, el cortoplacismo y el evitarse problemas, es por lo que el Sahara ha sido abandonado en el camino.
El sultán es consciente de que ningún otro Gobierno de España pasado, presente o futuro ha tratado a Marruecos tan bien. De ahí que tras haber medido mal las consecuencias de sus crímenes contra los saharauis, su reacción sea montar manifestaciones contra el PP. Sabe que a Zapatero nada le aterra más que tener que enfrentarse con cualquier problema que pueda perjudicar a su imagen o a sus expectativas electorales. Así que actúa con total descaro y sin preocuparse de unas consecuencias que sabe inexistentes.
Las relaciones internacionales deben llevarse con cabeza. Tampoco sería excesivamente útil, aunque sí mucho más satisfactorio, empezar a decir en público lo que cualquiera con dos dedos de frente pensaría de Mohamed VI. Pero del mismo modo que la diplomacia marroquí emplea todo lo que tiene para chantajearnos, España debería hacer lo mismo. El primer paso, y el más evidente, sería volcarnos de nuevo hacia Argelia, el vecino que más daño puede hacer a Marruecos. Pero Zapatero no va a abandonar su buenrrollismo, por más que eso suponga apoyar a un régimen infame que apalea y expulsa a nuestros periodistas. Sabe que las relaciones internacionales no le harán perder votos, a no ser que se las pueda vincular a un problema nacional. De modo que, como en tantas otras cosas, nada hará que favorezca los intereses de España. Para los saharauis, como para los españoles, lo mejor que puede pasar es que abandone su cargo lo antes posible.