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Cristina Losada

Mensaje en una botella

En Galicia, antes, en Cataluña, ahora –y con daños mayores– el experimento acaba por irse a pique. Es el mensaje que los desolados náufragos deberían enviarle a Zapatero.

Si alguna vez se hubiera ido, se podría anunciar el regreso del nacionalismo al Gobierno catalán. Como en los pasados siete años no ha dejado de estar y ha estado incluso en sus más estridentes variantes, habrá que archivar los resultados del 28-N bajo un título menos incierto. No será fácil. El electorado catalán, aún medio escondido en el refugio de la indiferencia, ha propiciado, sobre todo, una debacle. No, desde luego, una "victoria histórica del catalanismo", como en un instante de euforia manifestaban desde CiU. ¿Acaso eran los del tripartito expelido menos catalanistas que los de Mas y Durán? Así, sin moverse del cosmos nacionalista, único realmente existente, se ha producido un realineamiento de planetas. Un par de ellos se han llevado la peor parte.

Histórica ha sido la caída del socialismo catalán y, si no fuera porque el término le viene grande, cabría calificar el retroceso de Esquerra de esa guisa. Se discute si hay más o menos "soberanistas" ahora que antes. Yo digo lo del gallego: depende. De qué se aloje en ese adjetivo indeciso. Pero quienes representaban en el tripartito la opción secesionista no encubierta se han dado un descomunal batacazo, que ni siquiera compensa la suma de los nuevos frikis del lugar. Cuando se cruzan el eje identitario y el factor gestión y crisis, la recuperación de Convergencia ha de atribuirse más al segundo que al primero. No hay motivo para castigar a Montilla por "españolista". Quienes le despreciaban por charnego nunca le votaron. Y en cuanto a echar leña al fuego identitario, nada se le puede reprochar. El PSC ha estado a la altura del nacionalismo confeso y aún superó el listón que dejara el gran Pujol.

El proceso deconstructor que el PSC y el PSOE abrieron con la infeliz ocurrencia del nuevo Estatuto y el abrazo con el nacionalismo "de izquierdas" ha tocado a su fin de la manera humillante que aguarda al temerario y torpe aprendiz de brujo. Achaquen los socialistas, si quieren, que querrán, este crepúsculo suyo, tan poco grandioso, a la grave enfermedad de la economía. Pero la única comunidad donde han mejorado electoralmente, de 2009 acá, es el País Vasco. La única en la que han mantenido una menor servidumbre hacia el nacionalismo. En Galicia, antes, en Cataluña, ahora –y con daños mayores– el experimento acaba por irse a pique. Es el mensaje que los desolados náufragos deberían enviarle a Zapatero.

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