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Gina Montaner

Cuando el nido nos sobra

Muchos de estos escritos caen bajo la categoría de downsizing, esa palabra tan precisa en inglés y de tan difícil traducción al español, que se ha convertido en todo un género: el de la existencia frugal en tiempos de escasez.

Para quienes tienen hijos la disyuntiva surge tarde o temprano: cuando los chicos alcanzan la mayoría de edad el hogar donde crecieron se hace extrañamente grande y desarbolado. Es el momento en que echan a volar para ingresar en el mundo universitario o laboral. La imagen del nido vacío es la ilustración perfecta de la casa que se queda sin los retoños que necesitaron de tanto esfuerzo, dedicación y cariño para labrarse su propia vida. Son enormes huecos que perforan las estancias y el corazón de quienes los criaron y los formaron no para quedarse rezagados en las faldas, sino para estrenar las alas que da la experiencia en la intemperie de la vida.

Al nido vacío le sobran habitaciones, cachivaches, legajos y baúles. Cuando las crías comienzan su andadura se llevan consigo los olores de su infancia y las instantáneas más perdurables. Ahí quedan sus peluches y sus libros de la adolescencia; diarios a medio escribir y la foto olvidada de un primer amor que se desdibujó en el tiempo. Demasiados rincones huérfanos. La casa es un buque abandonado y su capitán se queda sin norte.

En las páginas del New York Times periódicamente aparecen historias acerca de gente que ha reducido sus viviendas y estilo de vida. Suelen ser crónicas en las que las mujeres son las protagonistas y nos muestran sus nuevas residencias después de un divorcio o la partida de unos hijos que se hicieron mayores. En la galería de fotos aparecen coquetos apartamentos o pisos minimalistas, donde los recuerdos se compactan en pocos metros cuadrados. Como mucho hay un sofá cama una chaise longue a modo de refugio para las visitas intermitentes de los chiquillos que se hicieron hombres y mujeres. Muchos de estos escritos caen bajo la categoría de downsizing, esa palabra tan precisa en inglés y de tan difícil traducción al español, que se ha convertido en todo un género: el de la existencia frugal en tiempos de escasez que ya no serán ni mejores ni más abundantes que el pasado.

Downsizingsignifica achicarse, reducirse, encogerse. Un elegante eufemismo para la retirada gradual, el anticipo de la edad madura, la previsión de los años venideros. En un nido vacío sobran las cocinas llenas de enseres y las neveras repletas. Los armarios con la ropa de invierno y la de verano. Los libros acumulados por doquier. La muchachada viendo películas antes de acampar en el salón. En las crónicas del New York Times, con sus mujeres dignas y separadas abriendo las puertas de sus nuevos domicilios, los fogones han sido sustituidos por microondas; los roperos son mínimos y el futón reconvertido de día en sofá hace las veces de cama. Del nido mullido sólo quedan las plumas fugadas de los pichones que un día salieron del cascarón.

Hay quienes cuentan que se les hizo cuesta arriba el súbito silencio en un hogar que hasta ayer hubo el trajín de los chiquillos que entraban y salían. Son los que se quedaron mirando el techo una mañana en la que ya no sonó la alarma del despertador y "Toma el desayuno" o "No olvides llevarte la merienda" en la premura de la despedida. Jubilados del deber diario de sacar adelante a los niños. Desempleados de su labor más ardua. El más importante de sus desempeños. La incubadora desmantelada.

Otros simplemente recuperaron el ritmo interior de la vida antes de tener descendencia y volvieron a reconocerse como los individuos que fueron un día lejano. Eso sí, más fatigados, más ajados y más curtidos, pero aún palpitantes después de todas las batallas. Dispuestos a emprender el downsizing. Listos, tal vez, para ser los próximos protagonistas de un artículo sobre quienes un día despertaron en el nido vacío. Había llegado la hora de reinventarse.

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