Se supone que la política exterior es "política de Estado" y que, por lo tanto, los grandes temas requieren de un acuerdo entre las grandes fuerzas políticas y de la comprensión de la opinión pública. No hace falta insistir en la ausencia de ese tan necesario acuerdo, porque es a todas luces evidente. Lo sorprendente es que la huída hacia delante en la que ha incurrido el Gobierno ha roto la disciplina en sus propias filas. Algunos de sus "notables", preocupados por el malestar de sus simpatizantes, han llegado a la conclusión de que más vale criticar a su propio Gobierno, con lo que ello implica de quiebra dentro del socialismo español, que caer en una línea de acción contraria al sentir de su propia gente. Lo mismo cabe decir de los socialistas europeos. La tendencia a protegerse unos a otros en el Parlamento Europeo ha quedado superada por el escándalo provocado por la represión marroquí y la complacencia española. De común acuerdo han condenado la violencia alauí y la censura de la prensa a la que se ha prestado nuestro Gobierno.
La crisis saharaui no es más que un exponente de algo mucho más serio: el colapso de una forma de hacer política. Es difícil imaginar que este barco a la deriva pueda llegar hasta marzo de 2012, fecha prevista para la convocatoria de elecciones generales. Zapatero está acabado, Rubalcaba parece desbordado por la cantidad de responsabilidades que ha asumido, en un acto reflejo de soberbia y autosuficiencia, y la mayoría parlamentaria se descompone a la vista de los previsibles resultados en las próximas elecciones locales y regionales, de los que las catalanas no serán más que un adelanto.
La gravedad de la crisis económica es innegable, pero si a ello añadimos la falta de un Gobierno capaz de tomar las decisiones necesarias y la inviabilidad del marco institucional del que nos hemos dotado es cuando tenemos una visión más completa de la situación en la que nos encontramos. Por ello no debe sorprendernos que lo que más caracteriza la acción exterior en estos días es la ruina de la imagen nacional, de eso a lo que recientemente hemos dado en llamar "marca". El crédito cuesta años consolidarlo, pero se puede destruir en poco tiempo. El ciclo iniciado en la Transición, con el fin de "situar a España en el lugar que le corresponde", concluyó donde empezó. Ahora está por ver que seamos capaces de reconstruir el edificio del Estado y los acuerdos básicos para volver a ser alguien en la escena internacional, de la que tanto dependemos.