—¿José Luis?
—Sí, señor. Soy yo.
—José Luis, me dicen los empresarios que a esto hay que darle un golpe de timón o el barco se nos escoña.
—Señor, no sea machista. El que haya tenido que suprimir el ministerio de Igualdad no le autoriza a hablar de ese modo. En todo caso, no se preocupe, que el barco no se hunde. Saldremos de ésta como hemos salido de otras.
—No, José Luis, que dicen los de los cuartos que de ésta no hay quien nos saque.
—Pero, ¿qué quieren? ¿No han ganado bastante dinero con las renovables, las subvenciones, los precios públicos, las titulizaciones, que me moriré sin saber qué son, y demás mandangas?
—Yo qué sé lo que quieren. A mí no paran de quejárseme y de contarme que habría que hacer esto y que habría que hacer lo otro. Ya sabes cómo son. Cuando dejan de ganar dinero, se quejan.
—Pues antes no se quejaban y no paraban de decir lo bien que lo hacía, lo guapo que era y que había que ver el talante que tenía.
—Son así y a estas alturas no los vamos a cambiar. Siempre les ha gustado hacer la pelota al que manda. A Aznar también se la hacían y ya sabes cuánta rabia me daba.
—Es verdad, señor, pero hay una diferencia. Que yo sí que hago bien las cosas, mientras que Aznar las hacía fatal.
—Bueno, déjate de celos y pamplinas. El caso es que los empresarios me achuchan para que haga no sé qué cosas que, me parece a mí, que sólo las puedes hacer tú.
—Pero ¿qué es lo que quieren, que no acaba de decírmelo?
—Es que no lo sé. Me lo han explicado y me han dado un papel. He intentado leerlo, pero a mitad de la primera página estaba ya mareado y, de lo que me han explicado, no sé si quieren que haya una Justicia independiente, un sistema educativo eficaz y cosas de esas. Las mismas que tú siempre dices que vas a hacer.
—Pero si ya tenemos una Justicia independiente y un sistema educativo eficaz.
—Bueno, José Luis. Eso no es exactamente así. La Justicia muy independiente no es porque hay que ver lo mucho que le arrea a los del PP y lo poco que os sacude a vosotros.
—A quienes menos arrea de todos es a los amigos de su majestad, que además están entre los empresarios esos que dice usted que se quejan.
—No se refieren a eso, José Luis. Se refieren a que los jueces a veces parecen excesivamente escorados de vuestro lado. El que de vez en cuando se trate con cierta deferencia a este o a aquel empresario no le importa a nadie porque son casos concretos que no afectan a la impresión general.
—Eso lo dirá usted, que se da con los talones en el trasero para llamarme cada vez que algún amigo suyo está enredado en cualquier negocio no muy limpio.
—Deja lo de la Justicia, si quieres, pero lo de la Educación sí que está mal, que he tenido que mandar a mi nieto a Londres a estudiar porque con lo blandos que son los profesores aquí no había forma de hacer carrera de él.
—Eso no es así. Lo que les pasa a esos empresarios amigos suyos es que no quieren que sus hijos aprendan a ser buenos ciudadanos y les fastidia que el primer Gobierno verdaderamente de izquierdas que ha tenido este país se haya atrevido a imponer en las escuelas algo distinto a la educación ultracatólica a la que están acostumbrados.
—No, hombre, no. Que no se trata de quitar Educación para la Ciudadanía, que eso no les importa. Se quejan de que salen de los colegios sin entender lo que leen y con un nivel de matemáticas muy bajo.
—Eso no tiene importancia. Al final, con el tiempo, uno acaba entendiendo lo que lee y para desenvolverse en la vida nunca ha sido indispensable saber resolver ecuaciones diferenciales o integrales, que también me moriré sin saber lo que son.
—Todo eso está muy bien, pero tú me dirás qué les digo. Los tengo todo el día colgados de la chepa y me están dando una tabarra de las de no te menees.
—Mándemelos a mí que yo sabré como pastorearlos.
—Mira que éstos no son como los de los sindicatos, que cuando se ponen muy pesados saben serlo mucho y además, si están perdiendo dinero, se ponen de un humor de perros.
—No se preocupe, señor. En peores saraos he tenido que bailar y he salido airoso. Cuando se vean todos retratados en la escalinata de La Moncloa como si fueran ministros, se les acaba el cabreo. Luego, les paso un poco la mano por el lomo y a otra cosa.
—Tú verás. ¿Les digo que te llamen?
—Sí, que me llamen. Bueno, no. Que se esperen, que ya les llamaré yo. Ya verá que después de que les haya llamado el presidente del Gobierno en persona pidiéndoles consejo en esta gravísima hora de la patria, siempre conviene poner un poco de tensión, se quedan más suaves que un guante y no le vuelven a dar el tostón por lo menos en seis meses.
—A mí me da la impresión de que no va a ser tan fácil como dices porque cuando se trata de perras no se conforman con sonrisas y buenas palabras, pero tú sabrás. Por cierto ¿vas a ir a ver el Barça Madrid?
—Depende de cómo salgan las catalanas. Si no salimos mal parados, a lo mejor me acerco.
—¿Qué te parece que vaya yo?
—Pues que no me parece. Corre el riesgo de que le abucheen y de que le acusen de madridista. Si quiere ir al Nou Camp, es mejor esperar a que el Barça juegue con un equipo extranjero.
—Ya sabía yo que no me ibas a dejar. En fin, otra vez será. Bueno, me tengo que despedir. Acuérdate del favor que te pedí el otro día.
—¿Alguna vez le he fallado? No se preocupe que no me olvido.
—En eso confío. Un abrazo.
—Un saludo.