No sé si sabrán que hace prácticamente una semana dio comienzo la campaña electoral autonómica catalana. Apasionante. Una pasadita de cuarenta y ocho horas por el territorio afectado es suficiente. N´hi ha prou para hacerse una idea del tono "campañil". Ya no me refiero al fondo, que es algo realmente exótico en mi tierra desde hace demasiado.
La ginkana electoral empezó con La Noria para viajar a Polònia, donde los principales candidatos han protagonizado su propio scketch. Así, hemos podido ver a Montilla despidiendo a sus compañeros de aventura tripartita, a Mas casi llegando a la Generalitat conteniendo su euforia y a Sánchez-Camacho explicándole a Mariano Rajoy que es ella quien preside el Partido Popular de Cataluña y exige su derecho a decidir... la estrategia. La conversación entre el Rajoy ficticio y la Alicia real transcurre en el despacho del líder popular presidido por la famosa instantánea de las Azores, donde sus tres protagonistas aparecen con los ojos tapados con una cinta negra.
Tras el peaje del club de la comedia, con una gracia bastante discutible, viene la retahíla de declaraciones. A pequeñas dosis, con el aumento gradual de intensidad según pasan los días.
Expolio fiscal, partidos nacionales que oprimen a las "sucursales", competiciones soberanistas, puesta a punto para convertirse en bisagra, termómetros y barómetros para medir el grado de estima al país, así como desarrollo o no del Estatut resumen el día a día de esta tediosa y poco ingeniosa semana electoral.
De este modo tenemos al líder de ERC marcando estilo, vociferando que en Andalucía "no paga ni Dios" con su sello personal, ese que le hace lucir camiseta de corte imperio para mostrar sus bíceps verbales poligoneros.
Montilla, sin embargo, es menos explosivo, más sosainas, con lo que se limita a contarle en público a su supuesto jefe de filas, o sea, al presidente del Gobierno, que Artur Mas no es de fiar, como si Zapatero representara algún modelo a seguir. Como si alguien le hiciera saber a Cristiano Ronaldo que su entrenador es un chulo. Pues vale. Como yo lo soy más, no pasa nada.
A los convergentes les está molestando, al parecer, que los partidos de ámbito nacional se paseen con la misma autoridad que ellos por sus mismas calles cuatribarradas y Mas sale con chorradas del tipo "cuidadín con el primo de Zumosol", cuando debería centrarse en enumerar una a una sus propuestas de Gobierno, porque –si finalmente llega a Palau– trabajo no le va a faltar. A él, precisamente, no.
Pero como si los populares no tuvieran bastante con lo suyo, las Nuevas Generaciones, en un alarde de "ahora veréis cómo hemos aprendido en cuanto a estrategia comunicativa se refiere", van y crean un videojuego donde la candidata Alicia Croft (bemoles manda un rato) monta una gaviota que lanza bombillas de ideas para ir aniquilando conceptos como paro, inflación o inmigrantes ilegales que van descendiendo desde las alturas en coloridos paracaídas. Y ya la tenemos liada. Ni propuestas entusiastas de corte económico ni res de res. Han servido en bandeja, una vez más, los aperitivos y el postre para que el resto de candidatos se queden bien a gusto.
Mientras esto sucede, los sondeos van a su ritmo, los catalanes contestan encuestas donde apuntan que ni el castellano ni el catalán se encuentran en peligro y que además, no es lo que más les importa, que tampoco les preocupa el sentimiento catalán y español, puesto que la mayoría los considera compatibles y, en definitiva, que cada vez manifiestan mayor desconfianza en los responsables políticos a los que les piden únicamente que se dediquen a gestionar de la manera más eficaz posible. Tan sólo eso.
He hablado con muchos votantes catalanes en las últimas horas. La mayoría me ha asegurado que el 28 de noviembre no se la piensa jugar y se van a quedar en sus domicilios papeleta en mano por si acaso. Que van a votar a la opción menos mala a la que consideran más útil. Así que vayan haciendo números.
Otra cosa. De la misma manera que cuando vi en el cine La red social me habría gustado tener cerca a Daniel Rodríguez Herrera para hacerle unas cuantas preguntitas, cada vez más echo en falta a alguien a mi lado que vaya desenmarañando la tela de araña virtual que parece cubrir a los políticos catalanes, porque cada día se me escapan más cosas.
Aunque si les digo la verdad, lo que me ocurre es que me invade una pereza tremenda cada vez que les oigo con la misma cantinela desde hace tantos años. Pereza, mucha pereza. Mandra, para que todos me entiendan.