Qué sorpresa! Todo el mundo pronosticó una resurrección republicana. En lugar de eso, los votantes dejaron atónitos a los críticos consolidando la mayoría demócrata en el Congreso. El presidente Obama consideró los resultados "la contundente confirmación de mis logros legislativos". Los demócratas presentaron rápidamente la moción que añade la opción pública al Obamacare; una segunda batería de medidas de estímulo más sustanciales y nuevos anteproyectos para limitar las emisiones de CO2 y controlar las votaciones sindicales.
Vale, asumo que eso no sucedió. Pero es difícil ponerse a escribir una columna para la mañana del miércoles. Escribo esto el día de las elecciones. Los colegios electorales no han cerrado. Puede que haya pasado.
Que alguien me diga que no, por favor.
Éste tiene que ser el año del triunfo del movimiento de protesta fiscal. Como libertario, quiero creer que el movimiento fiscal marca el comienzo del retorno del gobierno pequeño.
Pero probablemente me esté engañando. Sé que la administración intervencionista gana normalmente. ¿Se acuerda de la última vez que los republicanos estuvieron en el poder? Prometieron disciplina fiscal y durante seis de los ocho años de George W. Bush su partido controló el Congreso. ¿Qué nos proporcionó?
Un incremento del 54% del gasto público federal. Eso es más que cualquier presidente en los 50 últimos años. Mucho más que el incremento del 12% con Bill Clinton, e incluso supera el incremento del 36% del gran derrochador Lyndon Johnson. La cifra de programas de subsidio creció un 30%, y el presupuesto del régimen regulador un 70%. El sector privado se contrajo, mientras el sector público aumentaba sus puestos de trabajo en 1,6 millones.
Bush y el Congreso bajo control republicano aprobaron una rebaja en las recetas médicas, la mayor ampliación de las prestaciones sociales desde Medicare; que casi ha llegado a triplicar el presupuesto del Departamento de Educación.
Los republicanos quieren otra oportunidad, pero cualquier persona sensata sería escéptica. Vimos lo que pasa cuando los republicanos prueban el poder, y no es agradable. ¿Por qué íbamos a creer que no va a volver a pasar? El representante republicano John Kline, probable próximo secretario del Comité de Educación, ya ha dicho que no tiene intención de abolir el Departamento de Educación.
Los republicanos se anticiparon al escepticismo y trataron de afrontarlo con el Compromiso con América, un reflejo del Contrato con América de 1994. Pero el Compromiso es modesto. No promete ningún recorte en Medicare, la seguridad social o el ejército. Ahí es donde está la mayor parte del dinero. Esos programas suponen el 60% de los presupuestos.
Su reticencia a alentar los recortes sociales es políticamente comprensible: los mayores votan, y no le gustan las perspectivas de recortes en Medicare. Pero sacar Medicare de la agenda de recortes presupuestarios traiciona la credibilidad de uno como partidario de la disciplina fiscal. Medicare generará una deuda de 36 billones de dólares sin recursos para financiarla. La seguridad social añade 4,3 billones. Como escribe Shikha Dalmia en Forbes, "hacia 2052, los tres programas sociales del Tío Sam –la seguridad social, Medicare y Medicaid– consumirán toda la recaudación fiscal, sin dejar nada para el gobierno más básico, las funciones constitucionales".
De acuerdo, los congresistas y los aspirantes a congresista son simplemente políticos. Pero se supone que el Tea Party es diferente. Es partidario de la disciplina fiscal, de los recortes del gasto público y de la reducción del déficit. Un sondeo del New York Times concluye que el 92% de los tea partiers dice preferir "tener una administración pequeña con servicios más modestos que una administración intervencionista con más servicios".
Eso es alentador. Pero cuando vamos a los detalles, los resultados no son tan buenos. El sondeo concluye que el 62% piensa que "los beneficios de programas públicos como la seguridad social o Medicare valen lo que cuestan". Una encuesta Bloomberg dice que la mayoría de los tea partiers "quieren más prestaciones en las recetas de los pacientes de Medicare". ¿Y cuándo fue la última vez que escuchó a los tea partiers quejarse del creciente gasto militar?
Extrañamente, en otros aspectos, los activistas fiscales sí parecen dispuestos a aceptar recortes en los programas sociales nacionales si ello significa un gobierno más pequeño. Las respuestas contradictorias no son un buen augurio del momento en que los grupos de interés bien organizados incrementen sus apasionados ataques contra los recortes.
No se puede comprometer uno a recortar el gasto público si deja intactos los dos programas más caros.
Es estimulante saber que para cuando lea esto, los republicanos habrán recuperado probablemente la Cámara. El legislativo dividido gasta históricamente menos que las administraciones bajo el control de un único partido. Pero si las personas que exigen con mayor contundencia una administración más pequeña no pueden trasladar un mensaje claro sobre dónde recortar, el futuro fiscal de este país estará hipotecado.