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Florentino Portero

Liderazgo

La España liberal-conservadora está perdiendo una oportunidad histórica para sacudir este país y reorientar su rumbo, abandonando esta deriva decadente a la que nos vemos empujados por tanto prejuicio y mediocridad.

Desde hace algún tiempo la evolución de la política española me hace pensar obsesivamente en algunos aspectos de la historia reciente de los Estados Unidos. Recuerdo aquellos días en que la revolución política e ideológica llevada a cabo por Ronald Reagan dejó a los publicistas demócratas en una situación claramente defensiva. Por defecto un demócrata era alguien que no se enteraba de las cosas, un resto de un tiempo felizmente superado. Era el inicio de un ciclo conservador que duraría hasta la llegada del actual inquilino de la Casa Blanca, un largo período de hegemonía intelectual que fue erosionándose poco a poco.

Ronald Reagan protagonizó un cambio de dimensiones históricas, pero que fue posible porque otros habían preparado el terreno, tanto en el ámbito de las ideas como en el político. Cada uno trabajó donde le competía, pero al final y gracias al carácter profundamente democrático de la sociedad y de la política norteamericanos, ambas corrientes convergieron. El Partido Republicano se fue empapando de las nuevas ideas al tiempo que incorporaba a nuevas gentes que llegaban desde el Partido Demócrata o desde las experiencias hippies. El republicanismo tradicional –el representado por Eisenhower, Nixon o Ford– abrió sus puertas al liberalismo clásico y a los huidos de un giro demócrata hacia posiciones radicales. Paleo-conservadores, neo-conservadores, evangélicos y libertarios forjaron un bloque en torno a un programa común que cambió el país y le dotó de formidables energías.

En la España de hoy se dan dos llamativas coincidencias. El socialismo se ha quedado sin programa. Ya no puede continuar aumentando la oferta de servicios del "Estado de Bienestar" por la sencilla razón de que su comportamiento irresponsable lo ha llevado a la quiebra. Tampoco tiene un proyecto ideológico y moral. Todo se ha quedado en un relativismo blando que le aleja poco a poco de la sociedad, que siente cómo la izquierda se ha convertido en un instrumento inútil para resolver sus problemas. Al mismo tiempo sus publicistas han llegado a un grado de mediocridad alarmante. El repaso de las columnas o de las tertulias de medios de izquierda nos enfrenta a una falta de ideas directamente proporcional al peso de las consignas. Son máquinas repetitivas donde la descalificación apenas oculta la falta de ideas. El pensamiento es más libre, más original y más inteligente en el mundo liberal-conservador que en el socialista.

¿Cómo es posible que habiendo fracasado la izquierda y careciendo de publicistas de fuste sigamos viviendo en un entorno cultural socialista? La respuesta es muy sencilla, porque a diferencia de lo que ocurrió en Estados Unidos en los días gloriosos de la presidencia de Ronald Reagan no se ha producido una convergencia entre pensamiento y política. El carácter estanco del Partido Popular le permite sobrevivir a cualquier demanda popular, convencido de que como mal menor será aupado al poder por el desastre de la gestión socialista.

La España liberal-conservadora está perdiendo una oportunidad histórica para sacudir este país y reorientar su rumbo, abandonando esta deriva decadente a la que nos vemos empujados por tanto prejuicio y mediocridad. Pesan tantos años de pasividad, bajo regímenes predemocráticos, dictatoriales o democráticos. Pero a la postre tendremos lo que nos merecemos. Si dejamos hacer no sólo no podremos quejarnos de los resultados, seremos responsables por no haber defendido nuestros intereses.

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