El terremoto electoral americano de este martes está claro: los votantes han repudiado nítidamente las políticas radicales de su presidente, Barack Hussein Obama, que han juzgado demasiado alejadas de las esencias de Estados Unidos. Así, aunque los republicanos no han logrado la mayoría en el Senado, han obtenido una victoria histórica en la Cámara Baja y en número de gobernadores electos. Esos son datos indisputables.
Lo que no está tan claro son las implicaciones políticas de esta derrota demócrata. ¿Presagia que Obama será presidente de un solo mandato como Jimmy Carter? Quienes eso creen basan sus juicios en dos supuestos: el primero, que mientras la economía no mejore y Obama se empeñe en defender el déficit y el gasto público como el mejor remedio ante la crisis, los demócratas están acabados; el segundo, que los republicanos han aprendido la lección y no caerán en la tentación de hacer lo que han venido haciendo en los últimos años: ser cómplices en la expansión del gobierno en abierta contradicción con sus raíces ideológicas.
Pero precisamente quien ha votado por los republicanos porque no había otra opción, habida cuenta del férreo sistema bipartidista, aunque en sintonía con los principios que han venido defendiendo los promotores del Tea Party, ven su apoyo al Partido Republicano como algo condicional. Les han votado para preservar las esencias políticas, y de seguridad de Estados Unidos pero con ese claro mandato. Si retornan a sus prácticas de defender una cosa y votar la contraria, de no querer frenar el aumento de los impuestos o luchar por reducir el gasto público, entre otras cosas, será complicado garantizar que sus votantes les seguirán fieles en las presidenciales del 2012.
Y es que aunque la economía –la política económica de Obama, no la crisis–ha revoloteado sobre estas elecciones, el respeto a los valores constitucionales, al sistema político, a la libertad de elegir libremente sin imposiciones del gobierno, han sido asuntos que han movilizado a buena parte del electorado. Si dentro de dos años quienes han votado hoy para repudiar a Obama se sienten también traicionados por el establishment republicano, buscarán nuevas alternativas.
En España estas elecciones han despertado una inusitada expectación. Sin duda no tanto porque se sigan los entresijos electorales de Alaska o Nevada, por citar dos casos, sino porque se cree –o se quiere creer– que el fenómeno del Tea Party es replicable en nuestro país. Y es verdad que entre Estados Unidos y España hay muchas cosas en común: un presidente que se considera un desastre nacional; una situación económica empeorada por las malas decisiones del Gobierno; una oposición de la que se espera más acción e ilusión; y un monumental cabreo nacional por una miríada de razones, desde el déficit a la prohibición de los toros en Cataluña, en nuestro caso.
Y los socialistas tendrían sobradas razones para estar preocupados con las posibles lecciones a aprender del resultado electoral americano, a pesar de las distancias. Culpado de haber generado muchos de los problemas, el apoyo directo de Obama a los candidatos demócratas ha resultado más negativo que positivo. Y eso puede muy bien pasar en España con Zapatero. Igualmente, los socialistas españoles se pueden convencer de que la batalla por el centro la tienen perdida, como sus homólogos americanos, y se escorarán aún mas había el radicalismo y, para justificarse, pondrán en marcha otra vez las campañas del miedo al dóberman que viene. Lo bueno es que se equivocarán como se han equivocado los demócratas.
En el Partido Popular pueden estar más tranquilos. Sus estructuras no permiten el lanzamiento de candidatos como los del Tea Party en América. Aquí, por desgracia, no cabe esperar figuras como Marco Rubio, Rand Paul o Ron Johnson. Pero al mismo tiempo deben ser muy conscientes de que el voto de castigo al Gobierno de turno es un voto no sólo condicional sino muy volátil. Y en ese sentido si los votantes españoles le otorgan su confianza al PP en marzo del 2012 o cuando se convoquen las próximas elecciones generales, será, en palabras de Marco Rubio, "una segunda oportunidad". Pero claramente para hacer lo que hay que hacer y no sucumbir a las presiones.
Si hay un mensaje claro que emerge de los votantes y candidatos del Tea Party es que a los conservadores de todo el mundo no debe temblarles la mano. A la hora de defender lo que creen; a la hora de estar orgullosos de lo que dicen ser.