No sé si en el momento de escribir estas líneas Sakineh Mohammadi Ashtiani todavía seguirá viva. Esta súbdita del régimen iraní de los ayatolás fue condenada a muerte en 2006 por haber tenido relaciones carnales con hombres después de la muerte de su marido. En un primer momento fue condenada a morir lapidada, aunque a última hora se le ha conmutado la condena por la de morir en la horca. La pena de muerte por lapidación fue implantada en Irán en 1979 tras la revolución islámica; es una forma realmente brutal de escarmiento público.
Las penas corporales de ejecución pública inciden especialmente en la prevención general, o sea, el horror que generan sirve de lección para aquellos que las presencian o a quienes se les narra. Sakineh Ashtiani va a ser víctima de la irracionalidad, del fanatismo, de la crueldad gratuita y, simultáneamente, de un machismo institucionalizado. No habría recibido la misma condena un hombre que en idéntica situación hubiera convivido con una mujer. Lo que no me llama la atención, y es lo grave, es que no he visto a ninguna ministra, o ex ministra, condenar enérgicamente lo que sucede en Irán o en cualquier otro país donde la Sharia es el equivalente a nuestro código civil y penal. No he oído a ningún colectivo de progres, avergonzados de su propia civilización, ponerse en huelga de hambre para que un coche no machaque el brazo de un niño que ha robado pan, no cuelguen de una grúa de construcción a un homosexual, o no maten a pedradas a mujeres como Sakineh.
En Europa, y en esto España no es una excepción, hace mucho tiempo que dejamos de ser capaces de defender una verdad absoluta. El relativismo moral que se ha implantado en nuestra sociedad como forma de superación de la moral que se enraíza en el cristianismo, nos ha llevado a un posicionamiento pusilánime de tolerancia de rumiante frente a la injusticia más sangrante. Parece que nadie se quiere dar cuenta de que están matando a personas, ya que los tiranos les privan de su condición de ciudadanos, por atreverse a actuar con libertad en los ámbitos más íntimos de la vida personal. El cristianismo, base inequívoca de lo que ha sido la civilización occidental, ha aportado entre otras muchas cosas: la igual dignidad de todos los seres humanos y la separación de la Iglesia y el Estado.
No es admisible que nos amparemos en una supuesta sensibilidad hacia la forma de entender la convivencia y las reglas que le son propias en otras culturas. Los derechos humanos se ostentan por el hecho de ser personas y son condenables todos aquellos Gobiernos y regímenes que privan a los ciudadanos del ejercicio de los mismos. Tantos derechos naturales tiene Sakineh como cualquier española, aunque los herederos de Jomeini le priven sistemáticamente del ejercicio de los mismos. Y tanto mayor es la condena que merece un régimen cuanto mayor es la privación del ejercicio de los derechos naturales que inflige a sus súbditos. Hoy es el día de almas, vaya mi oración también por Sakineh y todas las víctimas de la barbarie.