En la rueda de prensa en que se presentaron los 391.832 archivos "secretos" del ejército americano sobre la guerra de Irak, el fundador de Wikileaks los calificó como "el recuento más amplio y detallado de cualquier guerra que jamás haya sido hecho público". Nada de eso.
Llueve sobre el mojado de los 77.000 documentos del Pentágono desvelados por la misma organización acerca de la guerra de Afganistán hace tres meses. Tampoco aportaron nada nuevo.
Julian Assange, el jefe de Wikileaks, no es solamente un inadaptado –por confesión propia–, sino que se libró milagrosamente de ir a la cárcel en su nativa Australia tras ser declarado culpable de 25 cargos de espionaje en ordenadores. Mientras el Pentágono ponderaba sus posibilidades de invocar la ley americana contra él, y vista la condena perpetua a la que se enfrenta el joven soldado Manning –el sospechoso de haber entregado los documentos–, Assange pasó unos días en Suecia, esperando que se enfriara la controversia suscitada por los papeles afganos. Allí también dejó su rastro, y en ese poco tiempo fue acusado de violación por dos mujeres distintas.
En cuanto al alumbramiento de la verdad para acabar con dos guerras que Assange arguye como misión, baste decir que tanto las denuncias de tortura de iraquíes contra sus compatriotas, de ilegalidades de algunos contratistas, y de las muertes de iraquíes en los puestos de control –después de siete años de, cómo diríamos, intensa actividad informativa sobre Irak– eran de sobra conocidas. ¿Qué hay de nuevo? Dos cosas: que esto son alegaciones, y que están además registradas por el ejército americano como tales, no como hechos probados.
Vamos con los datos salientes. Mucho se ha dicho de que el ejército americano contara, o no, los muertos. Siendo espeluznante la cifra de 109.000, coincide prácticamente con la que desde hace años se considera la fuente más fiable del Irak Body Count. Siendo lo destacable aquí que la mayoría fueron asesinados por terroristas islamistas contra los que se enfrentaba el ejército americano. ¿Mediante qué lógica perversa se culpa de unas muertes a quienes intervenían para evitarlas? ¿Cómo es posible que se siga dando por supuesto que los asesinos no hacían sino responder legítimamente a un ataque injusto cuando segaban las vidas, no de los invasores, sino de sus inocentes compatriotas? Lo cierto es, pues, que lo primero que confirma Wikileaks es que afirmaciones como la demencial de la revista The Lancet acerca de crímenes masivos de centenares de miles de iraquíes por parte de tropas americanas eran insidiosas mentiras.
Resulta también de los papeles que Irán estaba involucrado en la ayuda en explosivos, y financiera, a milicias chiíes. Menuda novedad. ¿Qué estamos, en 1982? Mientras tanto se estudia, en los mismos diarios que publicaron la exclusiva, el diálogo con Ahmadineyad, y se muestra sorpresa por el recelo que suscita el reciente viaje del tirano persa al dependiente Líbano, convertido en un depósito de misiles. ¿En qué quedamos? ¿Tenía razón Bush al colocar a Irán en el Eje del Mal, o no?
Una palabra sobre la continuidad de las políticas. Si se pretende convertir esto en el enésimo ataque contra Bush adviértase que Obama continuó haciendo lo mismo, con independencia del juicio que nos merezcan los hechos, de los que hay pocos confirmados.
Por último, es dudoso que la labor de Wikileaks contribuya al esfuerzo de la democracia e instituciones iraquíes por formar pronto un gobierno estable, y continuar en el progreso económico y social del país.
Esta tergiversación perpetua de las guerras de Irak y de Afganistán, de la que Wikileaks es tan sólo la última mutación, pretende desarmar a Occidente frente a sus enemigos, manteniendo la atención de la actualidad sobre hechos pasados. Nada podrá cambiar que, a día de hoy, mientras en Irak se construye una democracia por la insistencia de Bush y el éxito de Petraeus, en Afganistán se puede perder por la falta de decisión de Occidente, de liderazgo en Obama –incapaz de articular un discurso idealista que de sentido al esfuerzo bélico–, y de voluntad de aguantar lo necesario para vencer. Es el mundo que parece preferir Wikileaks, el de las rendiciones preventivas. Pero, ¿quién gana si los talibán recobran Kabul o si los fanáticos mandan en Bagdad? ¿Los derechos humanos?
GEES
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Es dudoso que la labor de Wikileaks contribuya al esfuerzo de la democracia e instituciones iraquíes por formar pronto un gobierno estable, y continuar en el progreso económico y social del país.
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