El triunfo del malismo
Rubalcaba es capaz de mentir con la convicción de quién cree que dice la verdad. Su capacidad de manipulación de la realidad no conoce límite, como ocurre con las estadísticas de delincuencia, que convierten el crecimiento real de los delitos en bajadas h
Los gobiernos de Rodríguez Zapatero se han caracterizado desde que llegó al poder por una peligrosa combinación de "buenismo" en su política exterior y de "malismo" en su política interna. El "buenismo" en su acción exterior, cuya expresión más pura es la fracasada "Alianza de Civilizaciones", ha llevado a España a su momento de mayor debilidad internacional, como han puesto en evidencia la crisis de la frontera con Marruecos de este verano, las provocaciones del Gobierno de Venezuela ante la connivencia de la revolución bolivariana con ETA y el inaudito desafío lanzado por Gibraltar a nuestro país, reclamando las aguas que circundan el Peñón.
Simultáneamente, el Gobierno de Zapatero ha practicado el "malismo" en los asuntos internos como, por ejemplo, la criminalización de la oposición democrática, la utilización partidista de las Instituciones del Estado de Derecho o la negociación política con los terroristas. En todos esos asuntos, el máximo ejecutor de esa doctrina ha sido Alfredo Pérez Rubalcaba, ahora ascendido a todopoderoso vicepresidente del Gobierno, al tiempo que conserva la cartera de Interior.
Las principales características del "malismo" son la consideración del poder como un fin en sí mismo y no un medio para mejorar la sociedad, la radical incompatibilidad de la acción política con cualquier consideración de orden moral, un relativismo absoluto que difumina los conceptos de la verdad y de la mentira, la catalogación del adversario político como un enemigo al que hay que destruir y una utilización masiva de la propaganda como principal arma política para alcanzar y conservar el poder.
Para el "malismo" el poder es el único fin de toda la acción política. Rubalcaba, por ejemplo, es un hombre sin ideas conocidas, un político sin ideología. Nacido en una familia de derechas probablemente se hizo socialista porque olió que tras el franquismo la izquierda estaba llamada a ocupar el poder más pronto que tarde. En el PSOE siempre ha estado del lado del que manda, con Felipe González, con Joaquín Almunia, lo intentó con Bono y ahora llega a la cima con Zapatero. Es de hecho el ministro que más tiempo ha permanecido en el Gobierno desde la transición democrática. Ya siendo ministro de Educación, sacó un sistema de acceso al profesorado universitario para meter a sus amigos sin oposición y rebajó la edad de jubilación a 65 años para una vez depurado el escalafón y con los suyos dentro, volver a subir la edad a los 70. Algo parecido a lo que ha hecho ahora en la Policía, convirtiendo todos los puestos de mando en destinos de confianza política y poniendo a los más fieles en los puestos clave. Su carrera política ha sido la de un verdadero profesional del poder. El proyecto o las ideas que se defiendan le son indiferentes, puede defender una y la contraria, lo único importante es tener y ejercer el poder.
La segunda premisa de esta doctrina es la incompatibilidad entre moral y política, como dos esferas antagónicas. Rubalcaba ha llegado a reprochar en el Parlamento que se le hable de autoridad moral, porque la única autoridad que el conoce es la que da el propio ejercicio del poder. En este sentido, el nuevo vicepresidente tiene un concepto amoral de la política, en el sentido de que no considera que haya un criterio moral como limitador del ejercicio del poder. La moral, en todo caso, pertenece exclusivamente al ámbito privado de cada uno, pero no tiene nada que ver con la política. Esa carencia de principios morales justifica políticamente actuaciones como la guerra sucia contra el terrorismo, el chivatazo a ETA o la utilización de un atentado para ganar elecciones. El fin, es decir, el poder, siempre justifica los medios.
Una tercera característica del "malismo" es un relativismo absoluto que hace que la verdad y la mentira estén en función del interés político del momento. Rubalcaba es capaz de mentir con la convicción de quién cree que dice la verdad. Su capacidad de manipulación de la realidad no conoce límite, como ocurre con las estadísticas de delincuencia, que convierten el crecimiento real de los delitos en bajadas históricas de criminalidad. Otro ejemplo de utilización deliberada de la mentira en el caso "Faisán", donde no tiene empacho alguno en negar todas las evidencias que conectan el chivatazo con la cadena política del Ministerio. Incluso ha llegado a justificar condecoraciones con operaciones que no han existido.
El "malismo" busca en cuarto lugar no la victoria democrática en las urnas sino el aniquilamiento político del adversario. Un buen ejemplo de esta práctica lo encontramos en la actual criminalización de la oposición democrática en España. Los instrumentos del Estado de Derecho se ponen al servicio del partido para lograr la destrucción del contrincante. Se focalizan las investigaciones a las instituciones que son gobernadas por la oposición, se filtran interesadamente informes policiales que comprometen la honorabilidad del adversario, se organizan verdaderos montajes mediáticos con las detenciones de miembros del PP que en muchas ocasiones quedan en libertad a las pocas horas, se organizan juicios paralelos en los medios de comunicación afines, se utiliza a la fiscalía para acosar al contrario, se injuria y se difama sin el menor respeto a la presunción de inocencia.
Por último, hay una utilización masiva de la propaganda que convierte la política en un escenario en el que la apariencia es mucho más importante que la realidad. Las palabras se convierten así más en desvirtuadoras de la realidad que en descriptoras de la misma. La palabra termina por carecer de valor alguno. Rubalcaba, por ejemplo, es un especialista en hacer justo lo contrario de lo que dice. Cuando el hoy vicepresidente verifica una tregua en realidad la está falsificando. Mientras negocia un pacto para luchar contra el terrorismo al mismo tiempo está dialogando con los terroristas. Es capaz de generar sombras sobre la pared de la política que en realidad son imágenes falsas. Lo hace con enorme habilidad, hasta el punto de que en ocasiones no es posible distinguir ya la propaganda de la realidad.
El ascenso de Rubalcaba como hombre fuerte del Gobierno es el triunfo definitivo del "malismo" en el zapaterismo. Es una mala noticia para nuestra democracia porque esta doctrina corrompe los cimientos de un sistema de libertades. Es malo para el Gobierno porque esta es una corriente perdedora en todo proceso en el que hay un mínimo de libertad para elegir, como lo prueba que Rubalcaba haya perdido en todas las confrontaciones internas. Y es peligroso para el propio Zapatero porque confiar su salvación política a alguien como Rubalcaba es como un ahogado que pretenda salir a flote a lomos de un tiburón.
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