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Antonio Robles

La coherencia de Mario Vargas Llosa

Cercas, a través de la evolución de Mario Vargas Llosa, nos desnuda la limitación de quienes catalogan la coherencia y honestidad evolutiva del Nobel como la degeneración moral de su ideología.

Me apetecía escribir sobre la libertad de pensamiento y la coherencia vital de Mario Vargas Llosa. Y de pronto leí un artículo de Javier Cercas sobre La izquierda y Vargas Llosa. Extraordinario. Y pensé, si no tienes algo mejor que decir, no lo digas, difunde lo escrito por otros; el reconocimiento de su valía, además de reconfortarnos, nos hace mejores.

En un tiempo de tanta simplificación de lo complejo, se agradece la intuición intelectual de Cercas. Y lo hace a propósito de la descalificación que ciertas ideologías han hecho de la evolución ideológica y vital del Nobel desde la izquierda al liberalismo. Decía Cercas: "sea o no un intelectual de derechas, Vargas Llosa es un intelectual singular. Primero porque siempre ha servido a las causas que defiende y nunca se ha servido de ellas. Segundo, porque siempre está dispuesto a contrastar sus ideas con la realidad y, si la realidad lo exige, a rectificarlas".

La primera vez que oí descalificar a Mario Vargas Llosa fue durante una charla informal en 1992 en la librería anarquista, Virus, de Barcelona. Acababa de publicar Extranjeros en su país y se me ocurrió decir a uno de los empleados que había hecho llegar un ejemplar a Mario Vargas Llosa. El contacto me lo había facilitado un amigo común, Alejo Vidal Quadras. Aún recuerdo el latigazo: "¿Al facha ese de Vargas Llosa?". Perdí inmediatamente credibilidad ante el dueño de una de las dos únicas librerías que se dignaron a exponer a la venta el libro. Continúa Cercas:

Como pensador, como polemista, Vargas Llosa es un liberal de verdad: nunca confunde, según diría Alejandro Rossi, un error intelectual con un error moral; es decir, nunca ataca a las personas sino a las ideas de las personas –nunca considera que un hombre equivocado es un hombre inmoral-; y, cuando ataca las ideas, nunca lo hace caricaturizándolas, es decir debilitándolas, lo que en un pensador es síntoma de intolerancia y de impotencia, cuando no de vileza, sino exponiéndolas con la máxima fuerza, rigor y nitidez para luego lanzarse a refutarlas en buena lid y en campo abierto. Esto no es de derechas ni de izquierdas, ni reaccionario ni progresista: esto es algo que está mucho antes que todo eso y se llama honestidad y coraje.

Me temo que mi interlocutor en la librería anarquista iba tan despistado como yo mismo en la Praga comunista, decadente, desconchada a mitad de los ochenta cuando se me ocurrió, para atraer la confianza de una guía oficial, asegurarle que era militante del PCE. Trataba de hacerle cómoda la charla que llevábamos, ¡se la veía tan tensa! Ella vivía de un régimen comunista duro y en mi infinita torpeza supuse que si le decía que yo también pertenecía al partido, se relajaría. La mentira la enfureció, no por descubrirla sino por la obscenidad de un comunista que es complaciente con el comunismo checoslovaco porque lo vive en un país capitalista. "¿Si tanto te gusta el comunismo por qué no te vienes a vivir a un país comunista? ¡Qué fácil es vivir el comunismo en un país capitalista!". Nunca olvidaré la rabia con la que me lo dijo, ni su mirada llena de resentimiento por la inconsciencia occidental ante la dictadura comunista.

¡Cómo entiendo la evolución de Vargas Llosa del izquierdismo de La ciudad y los perros al liberalismo emancipador de La Fiesta del Chivo! "En su evolución política desde las simpatías revolucionarias de su juventud hasta el liberalismo actual hay una coherencia profunda". Efectivamente, Cercas, a través de la evolución de Mario Vargas Llosa, nos desnuda la limitación de quienes catalogan la coherencia y honestidad evolutiva del Nobel como la degeneración moral de su ideología, cuando, en realidad, Mario Vargas Llosa ha buscado con la desesperación de los náufragos la adecuación de sus instintos éticos con la belleza que en cada instante le aportó su honestidad. Por eso fue coherente en la izquierda y lo es ahora en el liberalismo. Lo único que ha cambiado es la complejidad de su percepción de las cosas y, por ende, el refinamiento de sus elecciones morales.

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