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José García Domínguez

¿Hay que engañar al pueblo?

Los ventajistas de cosa canaria acaban de atrancar unos Presupuestos que hubiese firmado Rajoy con los ojos cerrados, como sabe en su fuero interno hasta el gato de Cheshire. ¿A santo de qué, pues, ese numerito, el del divorcio exprés ful de Soria?

Decía Charles Péguy –y decía bien– que nada hay más antiguo que un periódico de ayer ni nada más actual que un poema de Homero. De ahí, por cierto, que la lectura serena de los antiguos ofrezca siempre la mejor información confidencial para lidiar con los zetapés, los riveros, los sorias o los don marianos de turno. Sin ir más lejos, la procedencia de engañar al pueblo, empeño que ahora mismo ocupa por igual a socialistas, conservadores y trapisondistas canarios, es moneda de cambio que ya fue puesta en circulación por Federico II de Prusia.

Así, a la pregunta del soberano sobre si correspondía mantenerlo en su ignorancia acerca de la res publica, Goethe, el gran maestro de humanistas, respondería en forma de epigrama: "¿Debe engañarse al pueblo? / Desde luego que no / Mas si le echas mentiras / mientras más grandes fueren / resultarán mejor". Nadie podrá negar que Goebbels dispuso de buenos maestros, los mejores. Por lo demás, ocurre con frecuencia que un príncipe resulte popular mientras, por bisoñez o simple necedad, lastima a los suyos. Repárese en aquel altivo Rodríguez, el que dio en cometer el Estatut al tiempo que se tuteaba con Otegi y Ternera. Por el contrario, pasar a conducirse con alguna sensatez –de grado o a la fuerza, es lo de menos– pudiera condenarlo a ojos de la muchedumbre. No otro es el caso del mismo indigente que hoy empeña mares y océanos a cambio de una mísera prórroga en el purgatorio.

¿Habría, entonces, que mentir al pueblo por norma? Condorcet, persona decente pese a tratarse de un intelectual célebre, siempre se opuso. Suyo es el opúsculo que lleva por título ¿Es conveniente engañar al pueblo?, ilustrada réplica al rey de Prusia que debieran procurarse con urgencia ciertos aprendices de brujo que pululan por la planta noble de Génova. A fin de cuentas, los ventajistas de cosa canaria acaban de atrancar unos Presupuestos del Estado que hubiese firmado Rajoy con los ojos cerrados, como sabe en su fuero interno hasta el gato de Cheshire. ¿A santo de qué, pues, ese numerito, el del divorcio exprés ful de Soria? ¿A qué burlarse de los votantes simulando una ruptura que ni es ni fue ni será? ¿A qué tanto Goethe de medio pelo?            

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