Mal pero no tanto
Quizás lo más significativo es el aumento en el número de jefes locales que se muestran dispuestos al abano de las armas y la reintegración en la vida civil.
De la misma manera que ni en los peores momentos la guerra estuvo nunca perdida, las recientes mejoras no significan que esté ganada, pero haberlas haylas.
Los corresponsales americanos con acceso a los comandantes y diplomáticos sobre el terreno están mandando en los últimos días una serie de noticias positivas. El incremento de tropas decidido por Obama a finales del pasado año terminó de completarse en agosto, al tiempo que Petraeus dejaba su impronta como nuevo jefe, sin descartar la fructificación de los anteriores esfuerzos de McChrystal. Sea lo que sea, las bajas de los talibán, o quien quiera que sea el enemigo –más de 3.000 en los últimos meses–, superan con creces a las de los americanos, aunque eso mismo no esté tan claro respecto a las tropas gubernamentales. Lo que, por otro lado, parece indicar que éstas ya empiezan a combatir en serio. Marja, en el centro de la provincia del Helmand, que a lo largo de este año pareció un fracaso después de haber parecido un éxito, consolida su gobernabilidad sin enemigos alrededor. Uno de los distritos más talibán de Kandahar, la ciudad emblemática de los fundamentalistas islámicos, ha sido limpiado de guerrilleros. Entre los grupos que más han sufrido se cuenta la llamada red Haqqani, especialmente feroz y muy vinculada al turbio ISI, el servicio de inteligencia militar pakistaní, más hostil que amigo. No sólo han caído militantes de base por todo Afganistán, sino, lo que puede ser más importante, también muchos jefes.
El gobierno de Karzai dice que avanzan los contactos preliminares con vistas a una negociación que los americanos también apadrinan, a pesar de que la posición del mulah Omar siga siendo que no se habla mientras haya tropas extranjeras en el país. Esa mejor disposición se atribuye a una creciente desesperanza por parte de los líderes talibán. Si cambia el bando que se sitúa en posición de fuerza las perspectivas de negociación se invierten. Más vale que sean ellos los que la necesiten.
Ciertamente, la situación no es de color de rosa y los enemigos de la guerra o escépticos de todo pelaje tienen también su buena dosis de malas noticias a las que aferrarse. En una semana del pasado septiembre, como contribución al cierre de la campaña electoral para las elecciones parlamentarias, los talibán consiguieron el máximo número de ataques de los nueve años de guerra. Pero eso fue hace un mes. Ahora los que escuchan sus comunicaciones informan, siempre anónimamente, por supuesto, de un creciente desánimo en sus filas. Las informaciones procedentes de los interrogatorios de prisioneros apuntan en la misma dirección. Quizás lo más significativo es el aumento en el número de jefes locales que se muestran dispuestos al abano de las armas y la reintegración en la vida civil. Todo ello los militares americanos lo atribuyen no sólo a las bajas que les han infligido en las últimas semanas, sino sobre todo a que están yendo a por sus bases y santuarios situadas a gran altura en las montañas, donde se sentían planamente seguros.
Todas las posibilidades hay que tenerlas en cuenta. Podría haber una cierta campaña desde el terreno para contrarrestar con una inyección de optimismo a los "señores de la retirada" en Washington que quieren cargar de desesperanza la revisión sobre la marcha de la guerra que debe estar lista en diciembre. Desde luego una parte de lo que sucede podría explicarse como una preparación de la guerrilla para hibernar, como es habitual en el país. Pero a las valoraciones positivas les presta credibilidad que a ellas se hayan sumado el cauto Gates, secretario de Defensa, y también el embajador Ikenberry, general retirado y antiguo jefe militar en el país, anteriormente hostil al incrementos de tropas por considerarlo un esfuerzo inútil. Otro general retirado de gran prestigio, Jack Keane, consejero de Petraeus en Irak y pieza clave de la elaboración de la estrategia que cambió allí el signo de la guerra, ha vuelto de Afganistán diciendo que "estamos desbaratando y negándoles sus áreas de operaciones". Lo que nadie dice es que se haya llegado a lo que en ciencia militar se llama "punto culminante", a partir del cual la marcha de la guerra se precipita inconteniblemente hacia la victoria de unos y la derrota de otros. Obstáculos de envergadura quedan muchos. Los principales, la corrupción e incompetencia del gobierno de Karzai y la ambigua y fluctuante actitud de Pakistán. Pero en este momento podemos abrigar una razonable esperanza de que si se continúa el esfuerzo podremos tener ese punto de inflexión al alcance.
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