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Alberto Acereda

Desviando la atención

Obama debería aprender de memoria lo que Thomas Jefferson le escribió en 1787 a M. L'Hommande: que la política del gobierno norteamericano es dotar de libertad a sus ciudadanos, sin quitarles ni darles nada para que logren alcanzar sus proyectos.

Nunca como hasta ahora los norteamericanos habían seguido tan de cerca y tan en directo los acontecimientos y noticias que llegaban de un país hispanoamericano. El feliz rescate de los mineros chilenos llegaba esta semana a los hogares estadounidenses acompañado de la voz del presidente Sebastián Piñera. Para muchos, las comparaciones de Piñera con el presidente Obama se han hecho inevitables y más cuando en la lista de agradecimientos de Piñera no hubo ni una sola palabra para Obama, aunque sí para el pueblo norteamericano. Por algo, parte del dispositivo mecánico para la extracción de los mineros atrapados tenía su origen y sello en una pequeña empresa privada de Pensilvania.

No quisiéramos aquí usar cualquier excusa para vapulear más a Obama, pero el caso del liderazgo de Piñera ofrece un buen punto de comparación con el narcisismo y la arrogancia de Obama. Piñera no cerró toda la industria minera chilena por el fatídico accidente de hace unas semanas. Al contrario, acabó con la burocracia gubernamental y halló soluciones inmediatas para lograr el rescate de estas vidas humanas. Obama, en cambio, puso una nociva moratoria para la industria petrolífera en el Golfo de México tras el vertido de British Petroleum, empresa ahora demonizada por el propio Obama pero que fue de las que más dinero dieron para su campaña presidencial. Las comparaciones podrían seguir pero muestran las diferencias entre la cultura de la dependencia del Gran Gobierno defendido por la socialdemocracia y la eficiencia de la libre iniciativa individual y privada enarbolada por el liberalismo conservador.

Las grandes cadenas de televisión en Estados Unidos han seguido esta semana los hechos en Chile y me consta que la comparación de ese liderazgo está en la mente de muchos ciudadanos de a pie. En unos días las urnas dictarán la voz del pueblo en unas elecciones intermedias que cada vez parecen llevar más clara la etiqueta de un referéndum a modo de Obama vs. Nobama. Entretanto, la Casa Blanca sigue intentando desviar la atención. En lugar de tomar posiciones más pausadas se ha dedicado esta semana a acusar sin prueba alguna a la Cámara de Comercio de Estados Unidos de lavado de dinero extranjero para favorecer a los republicanos. Obama se parece así menos a Piñera y mucho más a Hugo Chávez.

Obama quiere desviar la atención, encontrar un demonio al que culpar de su inminente batacazo en las urnas el próximo 2 de noviembre. Como el desastre electoral está casi cantado, busca con sus asesores un chivo expiatorio –la Cámara de Comercio– al que culpar para luego poder alegar que la supuesta influencia exterior en donaciones fue el resultado de la pérdida de asientos demócratas en el Congreso. Obama, en fin, allana el camino para poder alegar el día después que el pueblo no rechazó su agenda política sino que lo hicieron los "intereses especiales" ligados a la "malvada" y "conspiratoria" derecha política.

Lo que ni Obama ni sus medios afines cuentan es que, si hablamos de dinero extranjero infiltrado para movilizar campañas de apoyo a candidatos socialdemócratas, bastaría recordar los ya conocidos escándalos de Bill Clinton y el dinero asiático de los noventa. Cabría recordar también que el mexicano Carlos Slim es el que está detrás de la compañía que posee el New York Times, un rotativo claramente decantado en apoyar cualquier iniciativa o campaña de Obama. O por lo mismo, y en lo que toca a Obama, cabría hacer públicos los datos de las inmensas cantidades de dólares de dinero extranjero que por subterfugios llegan a empresas como General Electric, propietaria de cadenas serviles a Obama –léase NBC, CNBC o MSNBC–, y cuyo presidente es un confeso aliado de Obama, premiado con 25 millones de dólares del abyecto paquete de "estímulo".

Lo que resulta más grave y muestra la falacia parasitaria en la Casa Blanca es que el apoyo de dinero extranjero por vía de empresas subsidiarias en estas elecciones intermedias ha ido a parar más al bando del Partido Demócrata que al del Partido Republicano, según ha probado ya el periodista económico Eamon Javers. De ganar los republicanos estas intermedias, podrán liderar comités en el Congreso y plantear –como sería deseable– comisiones de investigación sobre el dinero de las campañas, incluida la presidencial de Obama en 2008, plagada también de donaciones con origen extranjero y lindantes con la ilegalidad. A esto se enfrentará Obama, sobre todo después de cacarear sin pruebas las acusaciones contra la Cámara de Comercio.

Obama debería aprender de memoria lo que Thomas Jefferson le escribió en 1787 a M. L’Hommande: que la política del gobierno norteamericano es dotar de libertad a sus ciudadanos, sin quitarles ni darles nada para que logren alcanzar sus proyectos. Tristemente, en el caso de Obama, su proyecto político es acabar con las tradiciones y con la libertad de esta gran nación. Por eso ataca a la Cámara de Comercio y aparece cada vez menos presidencial y más bananero. Así no extraña que la comparación con el liderazgo de un Piñera resulte inevitable para el ciudadano medio norteamericano. A estas ha llegado el que iba a ser presidente post-racial, post-moderno y post-ideológico.

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