Si hay algo detestable en las relaciones humanas donde el compromiso forma parte de ellas es la impostura y la falta de coherencia. Por eso en política, donde tales comportamientos rompen toda confianza entre administrador y administrado, son especialmente insoportables.
La desafección del ciudadano por la res publica tiene mucho que ver con este abuso. Sin embargo, forma parte de la práctica diaria de algunos políticos y sus formaciones. En algunos casos es su verdadera naturaleza. Como en el PSC, meridiano caso de tocomocho político perpetrado a lo largo de estos últimos 30 años en Cataluña con el ritmo y cadencia que le dictaba el interés coyuntural de cada momento. Quizás José Montilla acabe de rebasar el cinismo de esa impostura acudiendo a los actos de celebración del día de la Fiesta Nacional. Después de dos años sin acudir, después de dos años arremetiendo contra el Tribunal Constitucional, después de planificar y alentar una manifestación soberanista por el "derecho a decidir" en clara confrontación con la soberanía nacional de España, después de presidir un gobierno donde el independentismo ha logrado condicionar toda la legislatura y ha convertido a su partido en mera comparsa de uno más de los partidos soberanistas, ¿ahora, a dos meses escasos de unas elecciones autonómicas, quiere aparentar una normalidad española a la que tanto ayudó a deslegitimar?
No soy de los que piensa que está bien por sistema lo que bien acaba. Entre otras cosas porque esto no ha acabado, ni es una rectificación de los errores pasados, sino el camuflaje españolista que saca ante las autonómicas para volver a confundir a "su" electorado metropolitano muy alejado del nacionalismo, generalmente castellanohablante, y tradicionalmente partidario del socialismo felipista.
Mucho se ha escrito contra el nacionalismo como causa primera de la deriva soberanista de Cataluña y de quiebra de la igualdad de todos los españoles en derechos y obligaciones, pero no es culpa del alacrán comportarse como tal, al fin y al cabo es su naturaleza, sino de quien teniendo la responsabilidad del Estado, lo vende a retales sin importarle las consecuencias.
En todas las sociedades habrá siempre un grupo social que intente escamotear sus obligaciones con Hacienda. El mundo nunca será perfecto, pero es imperdonable que el Gobierno lo permita o pacte ventajas con los defraudadores para sacar ventajas compartidas contra el bien común del Estado.
Si alguien es culpable en Cataluña de la insolaridad y la exclusión, ése es el PSC y cada uno de sus dirigentes, empezando por Montilla. No por ser de origen cordobés, sino por no tener el coraje de defender los derechos de todos los catalanes en concordancia con los intereses constitucionales comunes de todos los españoles.
En el colmo del cinismo, exige ahora al señor Artur Mas que la lengua de uno de los dos debates cara a cara previstos entre ellos ha de ser en castellano. ¿Cómo se atreve a exigir ese derecho ahora, cuando ha sido su Gobierno y el de su antecesor, Pascual Maragall, quienes comenzaron a aplicar las multas lingüísticas por rotular en castellano? ¿Cómo se atreve a exigir ese derecho si cuando se presentó una Iniciativa Legislativa Popular a favor del bilingüismo, ni siquiera tuvo la decencia de asistir al debate? ¿Cómo se atreve a exigir ese derecho, cuando nunca lo ha ejercido en toda la legislatura sin que nadie se lo impidiera?
El dirigente de CiU Felip Puig le ha acusado de "insultar la inteligencia" de los electores y provocar un "ataque a la convivencia lingüística y social" de Cataluña por pedir un debate en castellano. Cada uno con su partitura. Todo comedia.
El PSC es culpable de que en Cataluña haya un 12,3% de ciudadanos que se abstienen cuando las elecciones son autonómicas, pero no cuando son generales. Y la mayor parte de esa abstención se concentra entre sus votantes tradicionales y las poblaciones propicias. No se puede pedir el voto a todos ellos para abandonar la defensa de sus derechos un día después de las elecciones. El PSC debe ser castigado por ese sufrido electorado. Si esta vez logra volver a confundirle, voy a comenzar a pensar que las sociedades se comportan como algunas de esas mujeres maltratadas empeñadas en engañarse: un ramo de flores, una sonrisa... y hasta la próxima bofetada.