Aunque pueda parecer lo contrario ahora que las encuestas pronostican días de vino, rosas y mayorías absolutas, esos sondeos no están dando la razón al líder del PP y revelan que la estrategia arriolesca marcada por la camarilla dirigente de Génova desde el 2008 no ha funcionado.
¿Que cómo puedo decir esto con el PP cabalgando 14 puntos por encima del PSOE? Pues porque esa diferencia (que además está todavía por ver que se traduzca en un resultado electoral) no se debe a que Rajoy y Cía estén arañando votos a los socialistas por el centro, sino al propio desplome de Zapatero.
Recordemos que el viraje centrista de Mariano en las fechas previas al ominoso Congreso de Valencia, con abominación ilicitana de lo liberal y lo conservador incluida, tenía como objetivo ampliar la base de votantes populares a costa del sector moderado de los socialistas, algo que no ha ocurrido o que sólo ha ocurrido de forma marginal
Y es que a pesar de la crisis, del paro, de las rectificaciones y las metidas de pata, poco más de 900.000 votantes socialistas del 2008 optarían ahora por el PP, y eso en las cifras de La Razón, que no me parece que sea susceptible de ser acusada de tener un ánimo pesimista respecto a los populares.
Discernir cuántos de esos socialistas piensan cambiar su voto deslumbrados por la contundencia y la elocuencia de este "nuevo" PP de Cospedal, Soraya, Moragas, Arenas y Rajoy; y cuántos asqueados por los bandazos, la improvisación y, en suma, el fracaso de Zapatero, es tarea científicamente imposible pero intuitivamente muy sencilla.
Así, si el PP se distancia progresivamente en las encuestas es porque mantiene el grueso de su electorado mientras el PSOE pierde tres millones de votos. Rajoy no ha logrado convencer a casi nadie más de los ya convencidos, cuando las circunstancias no podían ser mejores para que la parroquia creciese.
Y recordemos que para este viaje ha sido necesario entregar buena parte del partido a los barones territoriales, dejando de ser un formación realmente nacional; ha sido imprescindible olvidar casi todos los temas que vertebraban al PP; ha sido conveniente inmolar a personas como María San Gil, Ángel Acebes o Eduardo Zaplana, amén de distanciarse de Aznar como de la peste; y sigue siendo imprescindible guardar silencio sobre prácticamente todo lo que no sea economía y aún de la cosa económica hablar poco y mal.
Lo malo de todo esto no es que el PP no tenga un plan B para el hipotético escenario de un PSOE sin Zapatero, por ejemplo; es que tampoco parece tener muy claro el plan A para gestionar lo que quede de España tras una victoria electoral que será más o menos amplia, pero que en cualquier caso exigirá que el nuevo gobierno imponga reformas radicales y esfuerzos realmente importantes para los que no se podrá contar con nadie: no ya con unos "agentes sociales" que sabemos a qué juegan, es que ni tan siquiera con un electorado al que no le hemos explicado nada.
Al final nos hemos quedado en nada de tan centristas y, encima, no nos ha servido de mucho.