Que corra el aire
Cuando la vicepresidenta del Gobierno tiene que salir a la palestra para decir que su jefe es un buen tipo, es que el problema va más allá de las declaraciones extemporáneas de un socialista nervioso.
Zapatero es un baldón para su partido, un desastre para la nación y, últimamente, un activo tóxico del que los barones regionales quieren desmarcarse ante el peligro de acabar contagiados con sus emisiones radiactivas. En resumen, una lástima de criatura. La marca ZP, que tanto entusiasmó al grueso del partido, es hoy un hierro al que no programan en ninguna feria de importancia, y a estas alturas sólo una voluntariosa De la Vega se atreve a afirmar en público que Zapatero es lo mejor que le podía haber pasado al socialismo desde Roldán y Juan Guerra.
Por supuesto no hay que suponer virtud alguna en este rechazo socialista al Gran Líder, porque la razón de que la fila de los desafectos al zapaterismo sea cada vez más nutrida no tiene como origen un arrebato de sensatez entre las capas dirigentes del PSOE, sino el mero cálculo electoral que, por otra parte, es lo único que interesa a los políticos, a cuyo fin sacrifican cualquier principio.
Y es que Zapatero no ha hecho o dicho nada distinto en los últimos tiempos que provoque las críticas acerbas de que está siendo objeto por parte de sus "compañeras y compañeros" más relevantes. El tipo sigue encantado de haberse conocido, continúa apelando a la metafísica de parvulario para explicar su fascinación por las tiranías marxistas y en el terreno económico tampoco ha modificado su estrategia, basada en el bandazo desnortado según le obliguen las circunstancias o las llamadas telefónicas desde la Casa Blanca.
La acritud de la campaña de descrédito que le están organizando sus subordinados es directamente proporcional a las dificultades de cada uno para revalidar la victoria en las próximas autonómicas, y lo peor es que según se vaya acercando la cita electoral y las encuestas aumenten la zozobra en el socialismo periférico "el listón de la crítica", que diría Anson, va a seguir elevándose.
Cuando la vicepresidenta del Gobierno tiene que salir a la palestra para decir que su jefe es un buen tipo, es que el problema va más allá de las declaraciones extemporáneas de un socialista nervioso. Si no se tratara de ZP hasta nos movería a compasión.
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