No recuerdo cuántas veces a estas alturas del año esperé con atención en la redacción de Libertad Digital el veredicto de la Academia Sueca del Nobel de Literatura. Las primeras veces fue con gran emoción –mis compañeros son testigo de eso– y las siguientes con menos expectación y sencillamente esperando que dieran el nombre de algún desconocido, basando su decisión en la "universalidad de su obra".
Irónicamente hoy no me tocaba despertar a las 6 de la mañana como cada día, pero ha sido esRadio el que me dio la gran noticia. Especialmente Dieter Brandau, uno de los que tenía que aguantar mi nerviosismo cada día de aquel octubre de todos los años que trabajamos juntos. Él fue uno de los que me lo anunció, y lo hizo porque sabía lo importante que esto resultaba para mí y para un país como el Perú (que él mismo ha llegado a querer), que pese a sus enormes posibilidades y su impresionante belleza natural es poco dado a noticias de este calibre.
Como creo que le ocurre a muchos peruanos, Vargas Llosa es uno de los grandes responsables de mi afición por la lectura –aunque no sea ningún experto– junto a otros genios como César Vallejo o Julio Ramón Ribeyro. Y eso que empecé tarde ya que no fue sino en la universidad cuando leí El pez en el agua, una deliciosa autobiografía que no sólo narraba sus primeros años de vida sino que también nos contaba los entresijos de la campaña para las elecciones de 1990 en las que felizmente Vargas Llosa perdió para el bien de sus admiradores y de los apasionados por la literatura. A partir de ahí pasaron por mis manos casi todas sus otras novelas y ensayos como La ciudad y los perros o Lituma en los Andes, una perfecta radiografía del horripilante terror que padeció el Perú.
Ahora mismo, y de ahí el título de esta breve pero muy íntima columna, no se me ocurre otra cosa que recordar a Zavalita, sin duda el personaje de su obra que más recuerdo. Probablemente porque su novela Conversación en La Catedral es una de sus más brillantes (mi favorita, sin duda) pero también porque, en ella, Santiago miró la avenida Tacna, sin amor pero con "automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris" y se preguntó "¿En qué momento se había jodido el Perú?", una pregunta más que recurrente que nos ha perseguido a los peruanos en los últimos años, pero sobre todo a Varguitas (como algunos lo llaman), que ha sido preguntado sobre ello miles de veces. Ahora, poco a poco, la interrogante se ha ido olvidando sobre todo porque el Perú es algo diferente y comienza a coger vuelo, en parte gracias a él, que nos abrió los ojos en momentos cruciales para el país: denunciando la locura de Alan García en 1987 y combatiendo sin descanso la dictadura de Fujimori. La propia Academia sueca lo reconoce: "por su cartografía de las estructuras del poder y aceradas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo".
Y se me ocurre que una pequeña porción de este premio corresponde también a Jorge Luis Borges, otro de estos genios que el Nobel ha olvidado durante años, probablemente por sus ideas políticas, hasta su muerte en 1986. Cuando año tras año Vargas Llosa era ignorado por el Nobel, muchos nos consolábamos pensando: "Total, tampoco se lo han dado a Borges..."
Esta vez sí... ¡por fin! Felicitaciones al maestro, y gracias por esas dos conversaciones que me regaló en Madrid.