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Emilio Campmany

Freddy, siempre Freddy

No se sabe si el escaso interés de Interior por descubrir a JAG se debe a que JAG es Juan Antonio González o a que JAG es cualquier otro al que se quiere proteger o simplemente a incompetencia policial. En los tres supuestos, Rubalcaba debería dimitir.

Rubalcaba es una especie de Rey Midas al revés. ¿Por qué será que todo lo que toca se corrompe? Él siempre cae de pie, pero a su alrededor, si no hay una organización terrorista levantada por el Gobierno del que forma parte, se cuaja una operación para sacar rédito político de un brutal atentado terrorista, y si no se monta una persecución de cargos del PP con más o menos base, se descubre un sistema de espionaje al margen de la autoridad judicial.

El caso JAG es uno más de los muchos que rodean al ministro del Interior. No sabemos quién es el JAG que recibió 200.000 euros de Juan Antonio Roca para estar informado con antelación de los movimientos de la Policía cuando iba tras sus talones destapando sus enjuagues. Sólo sabemos que es un policía y que sus iniciales se corresponden con las de Juan Antonio González, comisario encargado por Rubalcaba de dirigir las investigaciones que se abran a personas relevantes.

El abogado Antonio Urdiales afirma que sí, que JAG es Juan Antonio González, pero no aporta pruebas. Al policía no le ha quedado otra que anunciar una querella por calumnias. De no hacerlo, la sospecha levantada por el abogado se habría convertido en indicio. Veremos si finalmente se presenta y si entones el abogado querellado es capaz de alegar algo más que sus sospechas.

En cualquier caso, desde el punto de vista de la opinión pública, lo relevante no es tanto que JAG sea o no Juan Antonio González. Tampoco lo es que haya un policía, ya sea González u otro, dispuesto a corromperse por 200.000 euros, pues es imposible evitar tener alguna manzana podrida en cualquier cuerpo de funcionarios. Lo verdaderamente destacable es que, habiéndose conocido en la investigación la existencia de ese policía, identificado tan sólo por unas siglas, el departamento que dirige Rubalcaba no haya sido capaz de descubrir quién es.

En la lucha contra la corrupción, la del PP y la del PSOE, la credibilidad de la Policía frente a la opinión pública depende desde luego de su imparcialidad. Ésta ya ha sido puesta en duda desde el momento en que los casos de uno y otro partido reciben un tratamiento muy diferente con el fin de que su repercusión mediática sea también diferente. A unos se les investiga y en su caso detiene a escondidas de los medios, y a otros se les va a buscar después de haber avisado a los periodistas para que el acontecimiento tenga la máxima repercusión. Pero mucho peor que todo esto es que la Policía se muestre incapaz de descubrir a los corruptos que hay en su seno, mientras persigue con ahínco a los que no lo son. La sospecha de falta de celo es inevitable y, esté o no justificada, arroja dudas sobre el comportamiento policial en el caso JAG.

No se sabe si el escaso interés del departamento de Rubalcaba por descubrir a JAG se debe a que JAG es Juan Antonio González o a que JAG es cualquier otro al que se quiere proteger o simplemente a incompetencia policial. En los tres supuestos, Rubalcaba debería dimitir.

Encima, JAG son las siglas del único implicado en la operación Malaya que la Policía no ha sabido descubrir quién es. Y, para más inri, parece que la investigación encargada a la Guardia Civil fue frenada precisamente por Juan Antonio González, el que ahora se ve acusado de ser JAG. Lo dicho, Rubalcaba dimisión.

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