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Eva Miquel Subías

Y de repente llegó él

A doña Esperanza, a quien las movidas le ponen y de qué manera, no le va a hacer falta despeinarse demasiado. Tan sólo deberá sentarse y contemplar cómo las piñas van cayendo una a una encima de sus cabezas.

Como en aquella comedia italiana donde se analiza la figura de los "ex" como la que tarde o temprano muchos estamos destinados a representar y que para bien o para mal perdura en la memoria y currículo sentimental para el resto de nuestros días, siempre llega también el temido momento en el que a un político se le añade el prefijo "post" como un molesto orzuelo en un delicado ojo. Ahora, en una semana marcada por las post-primarias, le ha llegado el turno al post-zapaterismo. Permítanme que una servidora lo ponga en duda. O cuanto menos, lo considere algo precipitado.

Mucha tinta ha corrido desde que el enérgico Tomás Gómez decidió –en aras básicamente de su supervivencia– dar un no por respuesta a José Luis Rodríguez Zapatero en el momento de plantearle éste una retirada para que doña Trinidad Jiménez pudiera ser elegida candidata a la Presidencia de la Comunidad de Madrid. Rubalcaba habló en tono desafiante de "consecuencias" mientras Blanco correteaba con encuestas en mano Ferraz arriba y abajo, mareando la perdiz y al presidente. Por su parte, Jiménez forzaba su sonrisa para disimular el perezón que le suponía el tener que pisar arenas movedizas y los otros empezaron a mover sus particulares fichas cortoplacistas pensando en algo tan edificante como real: quien les podía beneficiar más.

Zapatero convirtió sin darse cuenta a un ex alcalde de Parla y hasta entonces un líder descafeinado y algo sosainas de los socialistas madrileños en una especie de Braveheart de barrio que despertó simpatías en quienes estaban hasta la boina de movimientos digitales y operaciones paracaidistas, que tal y como aterrizan levantan el vuelo. Huecos pero ruidosos.

Cierto es que Trinidad Jiménez se convirtió así en la cabeza perfecta donde propinarle las collejas directamente dirigidas al gran líder. Cierto es que Tomás Gómez supo explotar su rol de chico de las bases a quien el poder quiere amedrentar. Pero no es menos cierto que hablar de la hora final de José Luis Rodríguez Zapatero es algo osado. Porque el presidente le ha cogido gustillo a ciertos aromas, el poder le tiene totalmente seducido y porque no creo que se haya planteado seriamente en ningún momento abandonar. Por la sencilla razón de que la imprudencia, la insensatez y la falsa creencia en sí mismo de que está llamado a hacer del mundo un sitio mejor, es el faro que le guía. Y porque tiene las vidas que tiene un gato. Aunque seis haya ya quemado, como cantara Antonio Flores. 

Hoy sabemos algo más del socialista madrileño. Sabemos que tras el aparente fair play que le ha caracterizado durante el proceso y victoria final, amaga un auténtico maleducado. La presidenta de la Comunidad de Madrid llamó al ganador de las elecciones primarias en un gesto claro de cortesía institucional, algo habitual entre personas civilizadas. No hubo respuesta. Con lo que se deduce que don Tomás no sólo desconoce los buenos modales, sino que además ignora el más mínimo sentido del respeto institucional.

Caso parecido, por cierto, al del delegado del Gobierno en Cataluña quien osó no responder a ninguna de las llamadas de una de sus antecesoras mostrando la calaña del personaje, que no ha hecho otra cosa que dibujar de manera perfecta la raya de su peinado para la foto, esa que inmortaliza el paisaje pesebrístico catalán, mientras okupas, antisistema y demás chusma pasea por l´Eixample con maneras propias de quinquis de callejón. O como Evo Morales, vamos. Patadón en las partes pudientes al adversario en un partido de fútbol amistoso. Exquisitez la del indígena boliviano. Quizás le hagan un hueco en Venezuela para entrenamientos diversos.

Déjenme tomar aire porque me acelero. Sigo y retomo la idea del post-zapaterismo. Y acabo ya, que me va a dar algo.

Después de posar todos los socialistas madrileños y de soltar memeces del tipo "fiesta de la democracia", salen todos al unísono –la puesta en escena la clavan– hablando, con el presidente a la cabeza, de estar unidos como una piña para derrotar a Esperanza Aguirre mientras siguen dando brillo a sus relucientes cuchillos para continuar disfrutando en privado de ellos en su particular fiesta y que no ha hecho más que empezar.

Y a doña Esperanza, a quien las movidas le ponen y de qué manera, no le va a hacer falta despeinarse demasiado. Tan sólo deberá sentarse y contemplar cómo las piñas van cayendo una a una encima de sus cabezas. Y él, tal y como llegó, se irá. En cuanto al otro, ya veremos.

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