José Solís era, en la época de Franco, la sonrisa del régimen. Todo el que sea dictatorial necesita una. Ahora que el PSOE avanza hacia uno de partido único, es natural que los socialistas necesiten una sonrisa que venda su régimen en el exterior. Parecen haberla encontrado en María Teresa Fernández de la Vega, a pesar de su habitual gesto agrio. Debe de ser que Rubalcaba o Alonso son todavía más secos.
El caso es que a María Teresa Fernández de la Vega le ha tocado ser la sonrisa de este régimen que podríamos llamar de talante y tente tieso. La demostración palpable de lo que afirmo estriba en que es doña María Teresa, y no otro, quien se ocupa de la relación más espinosa de las que con el exterior está obligado a tener el nuevo régimen, la del Vaticano.
La vicepresidenta ha logrado que tal relación, sin ser idílica, sea fluida. La mujer no para de visitar la Santa Sede, los cardenales no se molestan porque les haga de vez en cuando el feo de vestirse de un rojo similar al de su púrpura. Tarciso Bertone, el secretario de Estado, hace muy buenas migas con ella y el Papa Benedicto XVI se entrevistará con Zapatero durante su próxima visita a España, a pesar de su naturaleza estrictamente pastoral.
Todo esto es así a pesar del matrimonio entre homosexuales, el divorcio express, los ataques a la religión católica en el ámbito de la educación y el Ejército, además de la futura Ley de Libertad Religiosa que los socialistas parecen dispuestos a posponer, pero no a olvidar.
Todos los anticlericales del sur de Europa, especialmente en Italia, nos envidian por tener un Zapatero que nos va a liberar de lo que ellos consideran milenios de influencia de la Iglesia en nuestros más íntimos asuntos y creen que sus líderes no terminan de ser suficientemente de izquierdas porque no se parecen en esto lo bastante al de las cejas circunflejas. Y, sin embargo, desde que se murió Juan Pablo II, en el Vaticano, si no encantados, parecen moderadamente satisfechos con nuestro Gobierno.
No puedo creer que todo se deba a ese 0,7% que el Estado nos deja a los contribuyentes que asignemos a la Iglesia en el IRPF y que, según nos recuerda El País, supusieron 252 millones en 2008.
En cualquier caso, lo del 0,7% tiene que desaparecer para que seamos los católicos los que financiemos a la Iglesia. Porque ese 0,7% es el pretexto que tienen los socialistas para que el dinero de los que no han puesto la cruz atiborre las arcas de sus ONGs, gobierne quien gobierne. La izquierda soporta que se dé dinero público a la Iglesia porque sirve de excusa para financiar a sus activistas. La derecha aguanta que con nuestro dinero se alimente el activismo de izquierda para que a la Iglesia le siga dando el Estado lo que los católicos parecemos no dispuestos a dar por propia voluntad. Y, mientras tanto, el dinero que ya no tenemos se nos va por entre los dedos administrado por manirrotos a los que no sabemos decirles ¡basta ya de subvenciones! Lo mismo da que sean para los sindicatos que para la patronal, para el PSOE que para el PP, para IDEAS que para FAES, para las ONGs que para la Iglesia. Y que rabie Méndez, de la Vega o Bertone.