¡Muerte al hereje!
"Hoy no se ejecuta físicamente al hereje: se le aisla, se le vilipendia y se le acosa hasta su ejecución moral".
Alfredo de Diego Díez es secretario de la Gestora Territorial andaluza de la asociación Foro Judicial Independiente.
El Manual de Inquisidores (Directorium Inquisitorum, escrito por el gerundense Fray Nicolás Eymeric allá por 1376), enseña hasta dónde podía llegar la crueldad al servicio de la intolerancia y de la negación del libre albedrío. Todos los herejes sin excepción, es decir, todos aquellos que negaban o ponían en cuestión las verdades de la fe divina, eran objeto de persecución, tormento y, en muchos casos, quemados públicamente en la hoguera.
Afortunadamente el Santo Oficio pasó a la historia, aunque no sus métodos que, debidamente actualizados, siguen vigentes en la cruzada contra los nuevos herejes; es decir, en la persecución de aquellos que reniegan o se desvían de la doctrina de fe, establecida con una definición de base inmutable, ‒como pensamiento único‒desde diferentes ámbitos del poder. Naturalmente, hoy no se ejecuta físicamente al hereje: se le aisla, se le vilipendia y se le acosa hasta su ejecución moral.
Es lo que está sucediendo con un magistrado sevillano por haberse atrevido a enfrentarse a una línea de pensamiento liberticida e intolerante. Me refiero a quienes, desde algunas parcelas de los poderes públicos y desde ciertos grupos de presión, defienden, como inquebrantable dogma de fe, la bondad y eficacia de la Ley de Violencia de Género en la lucha contra los maltratadores de mujeres (no parece importarles demasiado los maltratadores de otras personas). Ellos son los guardianes (o guardianas) de las verdades que "hay que creer". Cualquiera que tenga la osadía de criticar la "única verdad verdadera" que ellos custodian ‒y de la que algunos incluso viven bien, gracias a generosas subvenciones‒, será perseguido como hereje y severamente castigado, tras el correspondiente tormento público.
Quienes no se ajustan a su ortodoxia han de ser quemados en la hoguera pública (entiéndase: moral y profesionalmente eliminados). Galileo Galilei, Miguel Servet, Giordano Bruno, Darwin, y un largo etcétera de librepensadores, fueron perseguidos por revelarse contra lo irracional e intolerante del pensamiento único. Esta vez le ha tocado a un valiente juez sevillano, que no tiene pelos en la lengua a la hora de poner en solfa los graves defectos de esa ley tabú y a quien no enmudecen ni amedrentan los ataques de ciertas asociaciones "de género" intransigentes.
La Inquisición representaba públicamente sus sentencias mediante la farsa de una "auto de fe", vistiendo al condenado con sambenitos y corozas. El moderno auto de fe es el escarnio público del juez, a quien se le abre expediente a bombo y platillo, con alharacas y amplia difusión mediática, pese a que el Consejo General del Poder Judicial imprime un sello bien visible en el que declara el asunto "reservado".
La última pena que dictaba la Inquisición era el traslado a la justicia secular para que fuese ésta quien se manchase las manos imponiendo la pena de muerte al hereje. Pero la Inquisición no dejada resquicio alguno al azar: Si los magistrados no dictaban sentencia del modo como los inquisidores demandaban, se convertían en herejes y eran excomulgados. El Manual de Inquisidores lo expresaba con absoluta claridad: «Los magistrados serán excomulgados y tratados como herejes si no dictan de inmediato la pena de muerte contra los culpables que les sean entregados» (Cap. XIII, "Del traslado de los condenados de la Inquisición a la Justicia Secular"). No había escapatoria posible, la sentencia estaba dada antes de que la justicia secular pudiera conocer el caso y emitir su criterio. La labor secular se reducía a poner a su verdugo a disposición del juicio inquisitorial.
Ahora que el Consejo General del Poder Judicial acaba de archivar un expediente abierto al juez Francisco Serrano, en el que ciertas asociaciones "de género" pedían su cabeza, ¿será tratado como hereje el propio órgano de gobierno de los jueces por esas mismas asociaciones? Qué pena que en pleno siglo XXI, haya quienes aún se atrevan a gritar sin ruborizarse: ¡Muerte al hereje!
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