Fin de partida
Tendremos que asistir, acaso troceados dentro de una basura –con el alma rota en el paro–, a las disputas sobre insignificancias de nuestros actores políticos y sindicales, mientras los problemas de fondo quedan sin resolver.
Samuel Beckett se dirigió a quienes se disponían a interpretar los cuatro papeles de su lúgubre obra teatral Fin de Partida, poco antes de su estreno: "Debemos arrancar tantas carcajadas como sea posible con esta cosa atroz"
El humor sirve a muchos fines humanos y toma diversas formas. En ocasiones nos ayuda a sobrellevar situaciones incómodas y desagradables. Es de particular utilidad para afrontar aquellas que son causadas por otros individuos o grupos. Como dice Rod A. Martin, psicólogo de la Universidad de Western Ontario, en su libro sobre la psicología del humor:
Al hacer materia de risa la estupidez, incompetencia, pereza u otros defectos de quienes les frustran, irritan y contrarían... los individuos son capaces de minimizar los sentimientos de angustia que aquellos pueden causarles, y obtener algún placer a su costa... Este uso del humor... puede dirigirse hacia individuos particulares o... a representantes no específicos de grupos sociales amplios o estructuras de poder percibidos como fastidiosos.
En Fin de Partida el mundo, tal y como el hombre lo entiende, se ha acabado. El ciego y paralítico Hamm y su sirviente Clov conviven de mala gana entre cuatro paredes, aferrados el uno al otro y a las rutinas insulsas que con hilo invisible les unen. Los padres de Hamm, troceados dentro de sendos cubos de basura, son testigos impotentes de los rituales sin sentido de Hamm y Clov.
En esta obra de truculenta comicidad también se puede leer entre líneas un mensaje sobre la natural tendencia de los seres humanos a perseverar en sus usos y costumbres aún mucho después de que estos hayan perdido su razón de ser, su significado último.
El antropólogo Marvin Harris hablaba de survivals para referirse a las variadas manifestaciones culturales que sobrevivían dentro de las sociedades pasado el tiempo y la ocasión en que tenían alguna función clara y positiva. Muchas instituciones podrían constituir, en nuestro tiempo, auténticos survivals. Y no hablo ni de los toros ni de la Iglesia Católica. Uno se pregunta, por ejemplo, a qué utilidad social sirven hoy los sindicatos. ¿A quién representan? ¿A quién benefician con sus acciones (reivindicaciones) e inacciones (huelgas)? Desde luego ya no a una (inexistente) clase obrera.
Hemos de admitir que esta estructura de poder, tramoya de lo que en el pasado siglo fue una ideología dominante, es un espectáculo atroz que, protagonizado como está invariablemente por estúpidos, incompetentes y perezosos (entre otras cosas), impele simultáneamente a la angustia y a la risa.
Clov: ¿Por qué esta comedia, cada día?
Hamm: La costumbre, nunca se sabe....¿no estamos a punto de...de.. significar algo?
Clov: ¡Significar! ¡Significar nosotros! ¡Esta sí que es buena!
Tendremos que asistir, acaso troceados dentro de una basura –con el alma rota en el paro–, a las disputas sobre insignificancias de nuestros actores políticos y sindicales, mientras los problemas de fondo quedan sin resolver. Porque la partida ha finalizado y la hemos perdido, estamos perdidos. Ahora, para rematar el esperpento, tocaría votar a la Esteban.
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