Colabora
Adolfo D. Lozano

Gripe A, ¿un fraude masivo?

En el fondo, una de mis posturas esenciales en torno a este tema es la misma entonces que ahora: estamos ciegos combatiendo epidemias equivocadas.

Hace un año parecía que no se hablaba de otro tema: la gripe A H1N1. Fue el 11 de junio de 2009 cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró una pandemia de gripe a nivel global, no sin antes cambiar sutilmente la definición de "pandemia", una cuestión decisiva para la compra acelerada de fármacos y sobre todo vacunas por parte de los gobiernos. Aquel anuncio de pandemia global de la directora de la OMS la Dra. Margaret Chan desató unas ventas astronómicas de vacunas y retrovirales como Tamiflu o Relenza. De acuerdo a J. P. Morgan, las compañías farmacéuticas vendieron en esta época 7.000 millones de dólares sólo en vacunas. Pero, ¿quién se acuerda un año después de aquella supuesta pandemia global? Parece que muchos países tienen un arsenal de vacunas y retrovirales adquiridos por aquel entonces con los que no se sabe ahora qué hacer. Aunque podríamos pensar que todo simplemente fue exceso de precaución por parte de la OMS, desde el principio hubo quienes acusaron a la misma de una fuerte influencia de la industria farmacéutica. La OMS se deshizo de esas acusaciones hablando de "teorías conspiratorias". Pero a veces las teorías coinciden con los hechos.

Nada menos que el British Medical Journal publicó en junio de 2010 un reportaje y un editorial que tratan la cuestión:

Una investigación conjunta del British Medical Journal y el Bureau of Investigative Journalism ha descubierto evidencias que plantean preguntas problemáticas sobre cómo la OMS manejó los conflictos de interés entre los científicos que recomendaron el plan de pandemia, y sobre la transparencia de la ciencia subyacente al consejo que se dio a los gobiernos. ¿Fue apropiado que la OMS pidiera consejo a expertos con declarados vínculos financieros y de investigación con compañías farmacéuticas que producen vacunas contra la gripe y retrovirales? ¿Por qué las guías clave de la OMS fueron redactadas por un experto en gripe que había recibido pagos por otros trabajos de Roche, fabricante de Oseltamivir, y GlaxoSmithKline, fabricante de Zanamivir? ¿Y por qué la composición del comité de emergencia permanece como un secreto sólo conocido dentro de la OMS? No dejamos de preguntarnos si las mayores organizaciones de salud pública son capaces de manejar de modo efectivo los conflictos de interés inherentes a la ciencia médica.

La actuación de la OMS en este asunto fue igualmenteobjeto de dura crítica por parte de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, que a su juicio supuso "un gasto de enormes sumas de dinero público, y unos miedos injustificados sobre los riesgos de salud para la ciudadanía europea".

Uno de tantos asuntos controvertidos en todo esto fue que los gobiernos aceptaron contratos draconianos que eximían de cualquier responsabilidad a las farmacéuticas, la cual recaería enteramente en los gobiernos. Polonia fue de los pocos países que rechazó claramente la compra de vacunas y la aceptación de esas condiciones, e incluso su primer ministro acusó a las propias farmacéuticas de malas prácticas. Pero, ¿por qué tanto empeño en eludir responsabilidades por parte de las farmacéuticas? En primer lugar, éstas no pueden olvidar lo que produjo en EEUU la vacunación contra la gripe porcina extendida en 1976: cientos de casos de síndrome de Guillain-Barré, un trastorno neuronal que paraliza los músculos.

En 2009, muchos científicos y médicos consideraron que los efectos secundarios sobrepasarían los del propio virus. Incluso el Centro para la Prevención y el Control de Enfermedades en EEUU (CDC) admitía la posibilidad de desarrollar el síndrome de Guillain-Barré con esta vacuna. Un artículo publicado en agosto de 2009 en el prestigioso British Journal of Medicine hablaba de la importante oposición por parte de médicos a esta vacuna, asegurando que "más de la mitad de médicos y enfermeras de hospitales públicos británicos rechazarían la vacuna de la gripe H1N1 por preocupaciones sobre sus efectos secundarios y dudas sobre su eficacia".

Lo más aterrador, más allá de oscuros intereses económicos, es una posibilidad que no pocos plantearon: bien que el propio virus bien que las vacunas, o quizás ambas, eran parte de un experimento masivo en la población para futuros avances en armas biológicas. Teorías conspiratorias ridículas aparte, creo que no deberíamos desechar precipitadamente esta posibilidad. Al fin y al cabo no sería la primera vez que se prueba algo de este calibre. Trágica fue la experimentación que llevaron a cabo agencias del gobierno americano con sus propios soldados a comienzos de los 90. Es lo que se denominó el Síndrome de la Guerra del Golfo, consecuencia según las investigaciones del Dr. Gary Null y otros de la experimentación a través de vacunas en 100.000 soldados o materiales de guerra repletos de uranio. Hoy veteranos de aquella guerra sufren extraños cánceres, mutaciones genéticas anormales y problemas neuronales tras ser sometidos sin su entonces conocimiento a experimentos bioquímicos. En 1998, más de un millón de militares y civiles americanos fueron vacunados contra el ántrax, vacuna usada ya en la anterior Guerra del Golfo y que acabó con la vida de numerosas personas. ¿Qué contenía en particular tan peligroso aquella vacuna contra el ántrax? Sobre todo, escualeno. La administración de escualeno, una solución oleosa de origen animal, se sabe que causa lupus, artritis, esclerosis múltiple o dolor crónico en animales. Es algo que se conoce al menos desde 1956 cuando el Dr. Jules Freund hizo los primeros estudios de esta sustancia con animales, que desarrollaron problemas incurables. Hay quienes apuntan que el escualeno y su experimentación es parte de la nueva guerra biológica-farmacológica. Por otro lado, también hay quienes creen que el desarrollo de estas vacunas, que reducirían la fertilidad, puede ir en consonancia con el deseo de algunas personas influyentes de tomar medidas drásticas para el control poblacional, como es el caso de David Rockefeller. Y todo esto para que sepas que la vacuna contra la gripe A H1N1 contiene escualeno.

Un año después, y tras haberse declarado acabada la pandemia en agosto de 2010 por la OMS, siguen tantas o más preguntas en el aire. ¿Cómo, por ejemplo, debemos interpretar que la directora del Centro de Control y Prevención de Enfermedades en EEUU entre 2002 y 2009, Julie Gerberding, responsable última de determinar qué vacunas o tratamientos se usan ante epidemias en este país, haya sido nombrada en enero de 2010 presidente de la Sección de Vacunas del gigante farmacéutico Merck?

En el fondo, una de mis posturas esenciales en torno a este tema es la misma entonces que ahora: estamos ciegos combatiendo epidemias equivocadas. Actualmente hay unos 246 millones de diabéticos en el mundo y se prevé que sean 380 millones en menos de 20 años. Sólo en España en 2007 la enfermedad cardiovascular sesgó la vida de casi 400.000 personas. El Parkinson o el Alzheimer, antes enfermedades tan raras que no se diagnosticaban, son el pan nuestro de cada día en nuestras sociedades desarrolladas. Ahí fuera hay una total y absoluta pandemia declarada que parece no importarle a los medios, ni siquiera a las autoproclamadas organizaciones que velan por nuestra salud. ¿Tan ciegos estamos? Es la epidemia de inflamación que se extiende silenciosamente a nivel mundial. Puede que las organizaciones públicas no sean tan fieles a los intereses auténticos de sus ciudadanos y resulten presa de los intereses no sólo económicos sino políticos y de estatus de la tupida red de empresas involucradas en proporcionar las grasas (trans y Omega 6) y carbohidratos más baratos y de peor calidad que ha conocido la historia. En la hora en que hemos visto a los gobiernos desesperados por abrir sus arcas para remediar centenares de casos de una variedad de gripe y a organismos sanitarios por concienciar a la población a marchas forzadas, no puedo dejar de preguntarme: ¿Podríamos imaginarnos a esas mismas agencias y gobiernos haciendo un gesto tan simple como eliminar las subvenciones a esas grasas vegetales y a esos carbohidratos tan baratos y glucémicos, recomendando a su vez entre sus ciudadanos el consumo de un nutriente capaz de mitigar la inflamación como el aceite de pescado? Yo, por desgracia, no me lo imagino. La constante búsqueda de la salud y el bienestar, tu salud y bienestar, no es delegable en terceros. En última instancia todos deberíamos idealmente tomar una postura proactiva para mejorar nuestra salud y calidad de vida. Y emanciparnos de la tutela de los gobiernos.

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