Libertad para las drogas
Son crímenes sin víctima. Podemos considerar todo ello inmoral, pero nuestro criterio moral no es suficiente para justificar la prohibición de una red de intercambios voluntarios.
Felipe González se ha sumado a quienes proponen la legalización del tráfico de drogas. Es sólo el último, después de que, en el mismo contexto, lo hayan pedido los ex presidentes de Colombia, César Gaviria, de Brasil, Fernando Henrique Carzoso, y de Méjico, Vicente Fox. A muchos, la propuesta les parece una boutade. Pero sólo hay que pensarlo un poco para ver que no tenemos otra opción que la legalización.
El tráfico de drogas es ilegal en España. ¿Quiere decir ello que no hay trafico de drogas en nuestro país? Quien quiera comprar cualquier tipo de sustancia, ¿tiene algún impedimento práctico, más allá del económico, para conseguirlas? Si alguna vez ha habido una guerra contra las drogas, éstas han ganado. Es ilusoria la pretensión de acabar con ese comercio, cuando una parte de la sociedad está siempre dispuesta a adquirir estas sustancias. No se puede proteger a un consumidor de su decisión de consumir con una política que sólo aumenta los costes del producto. Es más, ni siquiera sabemos de lo que estamos hablando. No hay un criterio científico válido que permita delimitar qué es un estupefaciente y qué no lo es. Y hay productos que se pueden consumir sin peligro, pero cuyo abuso sí es peligroso. Es el caso del alcohol, pero recientemente se ha puesto de moda entre los jóvenes colocarse con jarabe de la tos. ¿Debemos prohibirlo también?
El consumo puede ser inmoral, una consideración que no es exclusiva de las drogas, pero es completamente legítimo. Y si lo es el consumo, también lo es el comercio y la producción. Son crímenes sin víctima. Podemos considerar todo ello inmoral, pero nuestro criterio moral no es suficiente para justificar la prohibición de una red de intercambios voluntarios. Pero no es ya que no tengamos derecho, es que las consecuencias de ese esfuerzo, de esa guerra contra las drogas, son mucho peores.
Al dejar al margen de la legalidad la provisión de las drogas, se está convirtiendo en crimen un negocio lucrativo. Y dado que ese negocio se hace ya fuera de la ley, no hay razones para que no se caiga en otros comportamientos también ilegales, aunque sólo sea para defenderse del acoso del Estado. La prohibición no sólo es injusta, sino que es un foco de criminalidad. Es más, el tráfico de drogas, por su carácter ilegal y por ser un gran negocio, es clave en la financiación de otras organizaciones que están volcadas hacia el crimen, el verdadero crimen, como son los grupos terroristas. ¿Queremos luchar contra ETA y Al Qaeda? Legalicemos el tráfico de drogas.
Ese aumento del crimen obliga al Estado a dedicar recursos crecientes a la lucha contra el nuevo crimen, más todos los adyacentes. De estar legalizado el tráfico de drogas, no sólo dejaría de estar en manos de criminales sino que el Estado podría destinar sus recursos a la persecución de los verdaderos delitos.
Las drogas, en un entorno libre, serían mejores, lo que reduciría la muerte por su consumo, y, sí, más baratas. Esto último sería un efecto desafortunado para quienes queremos aminorar la incidencia de las sustancias nocivas en la sociedad. Pero, por otro lado, la libertad en la producción y el consumo nos ofrecería la oportunidad de que la sociedad aprendiese a manejar esos riesgos. No creo que hubiese que esperar mucho para que el consumo se aminore o se canalice de un modo más racional. Bien por González.
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