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Florentino Portero

Con las medidas tomadas

En Rabat saben que pueden extorsionarnos, cómo y cuándo hacerlo, explotando siempre los momentos más delicados de la vida política nacional. Si España se pliega al chantaje marroquí se merece lo que le espera.

La España de Franco se encontraba aislada y se sentía débil. Para lograr apoyos en Naciones Unidas se acercó al Mundo Árabe, no reconoció al recién nacido estado de Israel y ayudó en secreto a movimientos anticoloniales. Pues bien, con las armas que Franco estaba enviando a los insurgentes argelinos unas milicias organizadas por el monarca marroquí hicieron frente a las tropas españolas en Ifni hasta que Franco finalmente hizo entrega del territorio.

Tras largas batallas diplomáticas la posición de España triunfó en los foros internacionales: el Sáhara era una colonia que debía someterse a un proceso de autodeterminación. Sólo los saharauis debían decidir su futuro, fuera éste como parte del Reino de Marruecos o como una república independiente. El problema es que el dogma multilateralista no había llegado a calar en la corte de Rabat, donde en su atraso todavía creen en la fuerza y en la inteligencia como instrumentos fundamentales en la práctica de la política internacional. Cuando tuvieron constancia de que Franco estaba muriéndose plantearon la Marcha Verde, una masa humana desarmada que se dirigía a los campos de minas que separaban el Sáhara de Marruecos Los políticos del momento consideraron que un enfrentamiento en esas circunstancias pondría en peligro la delicada y compleja transición de la Dictadura a la Monarquía. El resultado es de todos conocido: violentando el derecho internacional y los compromisos asumidos por España el Gobierno de Arias Navarro cedió, mediante los ilegales Acuerdos de Madrid, la administración del Sáhara, lo que de hecho suponía la anexión del territorio.

Durante estos años de democracia la diplomacia alauita ha demostrado que sabe lo que quiere y que tiene oficio. Nos han chantajeado con el acceso a sus bancos de pesca, la emigración ilegal, el narcotráfico, la organización de movimientos promarroquíes en Ceuta y Melilla y una colaboración limitada en la lucha contra el islamismo. Han sabido acercarse a sus dos grandes valedores, Francia y Estados Unidos, mediante sustanciosos negocios y la "venta" de información de calidad. Sus objetivos han sido claros: lograr nuestro apoyo en la solución final del conflicto saharaui, mediante una pantomima de autonomía, y nuestra aceptación de su presencia en el gobierno de Ceuta y Melilla. Felipe González pasó de llamarnos de todo por no ser suficientemente prosaharauis a traicionar la causa convirtiéndose en un fiel aliado de Hassan II. Al final de su mandato ya había aceptado la idea de avanzar hacia el estudio del papel de Marruecos en el gobierno de ambas ciudades. Un proyecto que Aznar ignoró, al tiempo que deshacía la red de cesiones. La España de aquel Partido Popular buscó tener un papel internacional relevante, forjó lazos importantes con grandes potencias y no dudó en hacer uso de la fuerza cuando Mohamed VI le planteó la crisis de Perejil. Fue el único momento en que Marruecos comprendió que había sido derrotada, pero aquella era sólo una batalla.

Zapatero aplicó desde el primer día el principio de "rendición preventiva", lo que nos ha deparado la ignominia, el desprecio de los marroquíes y que nuestros amigos argelinos nos suban el precio del gas. Hay quién desde los medios de izquierda se apresura a pedir que entreguemos cuanto antes ambas ciudades. El miedo ciega y la cobardía es una mala consejera. La demanda marroquí sobre la soberanía de Ceuta y Melilla es tan sincera como la petición del PP de elecciones generales ya. Marruecos quiere que España siga presente en ambas ciudades, porque es la garantía de que continuarán cumpliendo el papel de polos regionales de desarrollo. Mohamed VI no quiere las ciudades, quiere mandar sobre territorio español, por lo menos durante una larga temporada.

La elite política marroquí tiene tomadas las medidas a la clase política española, sabe de sus miedos, de su inseguridad, del avanzado estado de descomposición del Estado, de la grave crisis económica, del desprestigio internacional... y administra los tiempos. Son conscientes de que presionando un poco en la frontera el ministro del Interior vuela para humillarse a sus pies, anticipándose al propio presidente y al mismísimo Rey, sino fuera porque no está en condiciones físicas de hacerlo. Una hermosa ceremonia de vasallaje que se repite tantas veces como el monarca alauita considere oportuno.

Winston Churchill dijo al premier Chamberlain a su vuelta de Munich que había optado por el deshonor para evitar la guerra y que al final tendría deshonor y guerra. Una sentencia que supone la quintaesencia de la crítica a las políticas de pacificación. Que España se dejó el honor en el camino es algo evidente desde los Acuerdos de Madrid hasta la humillante visita de Rubalcaba, pero con ello no logrará liberarse de la presión de la diplomacia marroquí. Chamberlain sólo consiguió convencer a Hitler de que era el momento de invadir Polonia, porque los británicos parecían dispuestos a cederlo todo. Zapatero, con su huida de Irak, su Alianza de las Civilizaciones y su innata disposición a dejarse humillar no hace más que alimentar las aspiraciones de aquellos a los que habría que contener. En Rabat saben que pueden extorsionarnos, cómo y cuándo hacerlo, explotando siempre los momentos más delicados de la vida política nacional. Si España se pliega al chantaje marroquí se merece lo que le espera.

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