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Racismo de clase

El New York Times los llama insurgentes. El País dice que evocan el carácter racista, nacionalista y fanático del fascismo. ¿Cómo no sentir simpatía por ellos?

El New York Times los llama insurgentes. El País dice que evocan el carácter racista, nacionalista y fanático del fascismo. ¿Cómo no sentir simpatía por ellos? Ellos son, claro, el movimiento liberal conservador americano conocido como Tea Party.

Se están celebrando elecciones primarias en vista de las legislativas de noviembre. Los Republicanos parte del establishment, alguno de los cuales tendía a confundirse con el paisaje ciertamente Demócrata de los estados por los que se presentaban, han recibido un serio correctivo de los candidatos sostenidos por el Tea Party. El más significativo, el de Delaware, donde, en la carrera senatorial, un republicano que votó a favor de someter a consideración el impeachment de Bush y ha sido incapaz de elaborar media frase en contra del aborto ha perdido su puesto de contendiente frente a Chris O'Donnell, apoyada por Sarah Palin.

Acompañan resultados igualmente alentadores para el Tea Party en Nueva York y New Hampshire. Ello es visto con recelo por el Partido Republicano. No sólo. También por agudos comentaristas conservadores. Así, Krauthammer calificó de "caprichoso y destructivo" el patrocinio a O'Donnell, porque carece de opciones de ganar el escaño en el Senado en un momento en que se espera que los republicanos puedan hurtar esta cámara a los demócratas. Tales convicciones se basan en la llamada Regla de Buckley –por William Buckley Jr. fundador de la revista conservadora National Review y orientador del conservadurismo americano en la segunda mitad del siglo XX–. Dice así: hay que votar por el candidato conservador con más posibilidades de ganar. Frente a ella, el Tea Party ha optado por la quizá menos estratégica, pero seguramente más sincera y valerosa, expuesta por el famoso comentarista radiofónico Rush Limbaugh: "En un año electoral en que los votantes están hartos de ‘progresismo’ y socialismo, cuando están además claramente asustados de a dónde carajo están llevando el país, hay que votar por el republicano más conservador en las primarias. Punto".

El Tea Party ha cuajado como tendencia popular que discrepa de la financiación pública obligatoria de la sanidad, del desmesurado rescate a los bancos, y del plan denominado de estímulo, un inconmensurable e inútil dispendio de dinero público cubierto con deuda. Los demócratas pagarán en noviembre este descontento con Obama. Pero no es tan importante recuperar Congreso y Senado para un partido como enviar un mensaje ideológico. El objetivo es preparar el camino para el restablecimiento de América, lema de la exitosísima manifestación del presentador televisivo Glenn Beck en agosto.

Esto quizá moleste a los que viven en las estructuras de los partidos, pero es lo que quieren los ciudadanos que pagan impuestos. Solía llamarse democracia. El caso es que esta corriente, similar a la que existía en oposición a Zapatero durante la primera legislatura, está cambiando las maneras de hacer política. Ningún republicano se siente seguro en su puesto y todos tienen que competir día a día por comprometerse fiablemente con un programa de reducción del Estado, nada exento de criterios morales, religiosos, y patrióticos, como quedó claro en el multitudinario acto de Beck y Palin, que intervino como madre de un soldado que sirvió en Irak.

¿Para qué sirve un "republicano sólo de nombre", como les dicen allá, se pregunta el Tea Party, si va a votar en contra de las convicciones de los que lo han elegido? Lo que busca la izquierda con sus insultos no es el bien de los republicanos –¿cómo podría serlo?–, sino una deslegitimación de las ideas que no comparte en un repugnante ejercicio de racismo de clase contra el Tea Party. Su actitud antiamericana, a fuer de antidemocrática y tiránica, es la demostración de que los teapartiers representan algo grande y bueno. Demostración de que, sí, molestan a la izquierda, porque saben que los Estados Unidos son una fuerza para el bien en el mundo.

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