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José García Domínguez

Lágrimas de cocodrilo nacionalista

Así, sin consideración ni deferencia alguna a su rango y posición, deberán pagar la bula lingüística hasta ahora reservada en exclusiva a dependientes, subalternos, oficinistas y demás ralea del tercer estado. Como si ya no hubiera clases. ¡Intolerable!

Me cuentan que algunos ilustres catalanistas, fervientes patriotas de esos que sólo conceden hablar en castellano con la chacha, andan ahogados en un mar de lágrimas de cocodrilo a cuenta del nivel C. Y es que, en un insólito alarde de grosería, al Tripartito se le ha ocurrido exigirles también a ellos, los dueños y señores de la finca, un salvoconducto gramático con tal de poder ejercer la docencia universitaria. Sin ir más lejos, y como si de un vulgar emigrante andaluz se tratase, al ínclito Xavier Sala i Martín, entre otras lumbreras domésticas, le quieren hacer pasar por el tubo de San Pompeu Fabra. Así, sin consideración ni deferencia alguna a su rango y posición, deberán pagar la bula lingüística hasta ahora reservada en exclusiva a dependientes, subalternos, oficinistas y demás ralea del tercer estado. Como si ya no hubiera clases. ¡Intolerable!

No es de extrañar, pues, que la indignación entre las fuerzas vivas de Liliput resulte colosal a estas horas. ¿A quién se le ocurre, por lo demás, pretender que el catalán, lengua propia de la Universidad merced al voto tan unánime como entusiasta del los claustros, se convierta en la lengua propia de los universitarios? Socializados en el jocoso compadreo con el tartufismo, han tardado exactamente treinta años en descubrir que la broma, para su asombro, iba en serio. Tan en serio que afamados doctores en física nuclear, innúmeros microbiólogos marinos y una legión de ingenieros de telecomunicaciones, amén de algún payaso de Micolor amamantado en las ubres pujolistas, deberán volcarse desde ya en el estudio de la ortografía y sintaxis vernácula.

Perentorio cometido que los llevará, entre otros gozosos empeños, a un exhaustivo análisis de su riqueza dialectal, desde las variantes propias de los arrozales del Delta del Ebro hasta las peculiaridades fonéticas del menorquín. Instrucción de la que, naturalmente, deberán rendir cuenta ante el preceptivo tribunal evaluador. ¿A qué vendrá, sin embargo, tanto crujir de dientes? ¿Qué se fizo de aquellos apóstoles de la normalización del prójimo? ¿Qué fue de tan eufóricos inmersores de la plebe? ¿Tal vez no recuerdan que la proscripción del español garantiza el preciado tesoro de la cohesión social? ¿Acaso no les place su propia medicina? En fin, menos lloriqueo y a hincar los codos.

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