Elecciones y reforma de las pensiones
Es paradójico, y hasta cierto punto trágico, que quizá la primera y única reforma justificada de Zapatero pueda expulsarlo definitivamente del ajado sistema político.
La inviabilidad del sistema de pensiones en España es algo que hace tiempo viene siendo contado por los principales agentes intelectuales de España y Europa. El sistema de reparto ha tocado su fin y el de capitalización es casi imposible ponerlo en funcionamiento por la crisis fiscal y financiera que padece el Estado. Nadie, pues, en su sano juicio puede mantener que es viable el actual sistema de pensiones en España, excepto los políticos que han hecho de la defensa retórica de este su principal baza electoral.
También en las próximas elecciones será el sistema de pensiones la principal carta que pueda dar o quitar mayorías. Rajoy lo sabe y, por eso, está golpeando en el Congreso al Gobierno para que garantice la revalorización de la pensiones en 2011, e incluso trata de elevar a rango de ley que el Gobierno no baje las pensiones, pero no creo que lo consiga, o mejor, que lo proponga en serio, porque podría ir contra sus intereses electorales. En otras palabras, la reforma de las pensiones que pretende el Gobierno podría darle la mayoría absoluta al PP; pues que no tiene la misma repercusión subir el tipo máximo del IRPF hasta el 45% para rentas de más 100.000 euros, a la que no creo que lleguen ni el 2% de los declarantes, que bajarle las pensiones a millones de jubilados.
Por lo tanto, creo que la reforma de las pensiones puede dar lugar, por fin, a un cambio de Gobierno. Zapatero está atenazado entre la racionalidad que le exige la Unión Europea por un lado, y la defensa ilusa por parte de los sindicatos de un sistema que ya es inviable por otro lado. Quizá consiga resolver el asunto Zapatero saliéndose por la tangente. ¡Quién sabe! Pero, mientras que la Unión Europea, por un lado, siga exigiéndole al gobierno de España que aumente los años de cotización laboral y reduzca la cuantía de las pensiones de jubilación, y, por otro lado, los sindicatos sigan presionando para que se garantice el actual sistema, Zapatero vivirá este final de etapa de modo dramático si es que este hombre sabe qué nos estamos jugado los españoles con sus decisiones.
De momento, los sindicatos pueden hacerle más daño a Zapatero frenando la reforma de las pensiones que con una "huelguita general" casi pactada a los gustos del Gobierno. Es paradójico, y hasta cierto punto trágico, que quizá la primera y única reforma justificada de Zapatero pueda expulsarlo definitivamente del ajado sistema político. Así es la vida. Entre la defensa, a todas luces ilusa y reaccionaria, que hacen los sindicatos de un sistema de pensiones muerto, entre otros motivos por la absoluta carencia de políticas de población durante la época de González y Aznar, y la necesidad imperiosa de reformas que le impone Bruselas, Zapatero está firmando su sentencia de muerte.
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