Tenemos un ministro de Trabajo que huye a Cataluña tras batir todos los récords de paro y en puertas de una huelga general. Una ministra de Sanidad enfrascada en una lucha fratricida por el control de su partido en Madrid. Una ministra de Ciencia y Tecnología que parece querer abandonar el Gobierno. Una Vicepresidenta Primera que hace tiempo, no coordina nada. Una Vicepresidenta Segunda ninguneada en los asuntos económicos. Un ministro de Exteriores cada vez más desaparecido. Y un presidente del Gobierno que se parece cada vez más a un boxeador noqueado sobre el ring político, incapaz si quiera de remodelar su propio equipo.
Este es un gobierno agónico, desgarrado electoralmente por sus propias contradicciones, que aguanta la crisis amorcillado contra las tablas, pero incapaz ya de reaccionar. Un Gobierno que ha perdido toda la confianza fuera y dentro de nuestras fronteras, aislado parlamentariamente, fuera completamente de la realidad y al que la calle es cada vez más hostil.
Ante esta situación, Zapatero ha decidido atrincherarse en el bunker de La Moncloa y aguantar hasta el hundimiento final, aunque signifique poner en riesgo la propia pervivencia de su partido. En esa resistencia suicida tiene como aliado a un nacionalismo interesado en mantener vivo a este gobierno moribundo, aplicándole puntualmente respiración asistida para mantenerlo con vida al precio de ir despojando al Estado de sus últimas vestiduras. Una agonía política que amenaza desangrar el país con la hemorragia del paro, con el dislocamiento territorial y con la debilidad en el exterior.
Nada podrá evitar ya que Zapatero pase a la historia como uno de los peores gobernantes que ha tenido España, uno de esos que movidos por su irresponsabilidad, por su incapacidad y por su egoísmo llevaron a la Patria a la ruina, a la desunión, al desprestigio exterior y a quebrar la paz interior. Pero cuanto antes decida dejar el poder, menor será al menos el mal causado a los españoles.
La desgracia es que ni Zapatero parece tener la inteligencia ni el valor de retirarse, ni en su partido, a pesar de la creciente desafección de muchos barones territoriales, parece haber la capacidad democrática para sustituirle. El resultado de esa combinación es casi dos años más de parálisis, de crisis y de creciente debilidad, esperando que el calendario electoral ponga fin a esta agonía.
España necesita un cambio urgente. Por fortuna dispone de una alternativa, encarnada en el Partido Popular, que ya demostró su capacidad para proporcionar empleo, estabilidad y crecimiento económico al país. España necesita un Gobierno fuerte capaz de regenerar un consenso para afrontar las grandes reformas que el país necesita y que no pasan solo por cuestiones económicas, sino que implican también una regeneración política de la Nación.